martes, 27 de octubre de 2009

LOS COMPLEMENTOS

Las prendas básicas del vestuario masculino y femenino se complementan con una serie de accesorios, imprescindibles algunos (el calzado), útiles otros (el bolso femenino, los paraguas), o simplemente ornamentales (las joyas). Si se combinan de manera adecuada, permiten resaltar la imagen de una persona y mejorar sustancialmente si aspecto ante los demás. Los complementos son, por otra parte, elementos que expresan, con más nitidez que la indumentaria principal, el buen gusto, el detallismo y las preferencias estéticas de quien los lleva

EL CALZADO

Más que un complemento, el calzado es un elemento imprescindible en el vestuario tanto masculino como femenino. Utilizado desde los tiempos primitivos, hasta el siglo XIX fue elaborado artesanalmente y su evolución histórica responde a un proceso de progresiva reducción de altura: de las botas altas, posibilidad antes casi única, se pasó a zapatos de hebilla y, en general, a modelos más bajos y discretos.

En el calzado masculino actual, los modelos serios y clásicos son los zapatos negros, cerrados hasta el tobillo, con cordones y suela muy delgada. Una variedad también admitida como formal son los que llevan una serie de agujeros en la parte delantera, y a veces en los laterales, vestigio histórico de su curioso origen (los puso de moda la reina Victoria cuando comenzó a ir de caza a Escocia: por los agujeros entraba y salía el agua de los pantanos por los que se caminaba).

Los zapatos más deportivos son los conocidos como náuticos, sólo admisibles en atuendos informales. En el extremo opuesto se encuentran el escarpín o mocasín de salón, de charol y con lazada, que se utiliza únicamente con trajes de etiqueta.

El calzado masculino tiene una muy reducida variedad de diseños. Para una ocasión formal, necesariamente habrá que vestir zapatos negros, lisos y finos. Los modelos gruesos, de altas suelas de goma, sólo son validos para días muy lluviosos de invierno. Cualquier elemento decorativo (hebillas, costuras en los laterales, etc.) supone un rasgo de relativa informalidad, mayor cuanto más llamativo sea aquel. El color marrón puede combinarse alguna vez con el traje, pero siempre será menos formal que el negro. El granate es otro de los pocos colores disponibles en calzado masculino. Las zapatillas deportivas son exactamente eso: prendas para hacer deporte, no de vestir; sólo en casos muy concretos, en momentos de ocio, podrían llevarse con un pantalón tejano (y, en tal circunstancia, recuerde que os calcetines, si los emplea, también han de ser de sport).

Los zapatos de mujer, como todas las prendas femeninas, tiene una variedad mucho mayor. De entrada los hay de todos los colores, diseños y materiales. Y un elemento que le es exclusivo es el tacón, que puede ser alto, medio o muy bajo. Los modelos con talón abierto, y en general cualquier clase de sandalias, no son apropiados para ocasiones formales. Por su diversidad de modelos y colores, los zapatos femeninos son una prenda más, visible y en ocasiones protagonista, que debe ser combinada con acierto con las restantes prendas que viste la mujer.

Aunque parezca innecesario decirlo, hay que insistir en la obligación de llevar el calzado siempre muy limpio. Los zapatos están en contacto continuo con el suelo, reciben golpes, pisan a veces en agua y es muy fácil que se ensucien. De nada sirve llevar un traje impecable si el calzado está sucio. Hay que prestar un especial esfuerzo a la limpieza de los zapatos.

BOLSOS

Fue en los años veinte del siglo pasado cuando se generalizó el uso del bolso como complemento fundamental de la indumentaria femenina. Desde entonces, los avatares de la moda le hicieron experimentar toda clase de modificaciones: en los años 30 se llevaron las carteras (planas y sin asa) en los 40 las bandoleras, en los 50 el asa corta y los materiales sintéticos (hasta entonces sólo se empleaban de piel), en los 60 hubo una revolución de formas y colores, en los 70 se difundieron los bolsos estampados, en los 80 surgen las riñoneras y en los 90 se llegan a utilizar diseños copiados de las mochilas escolares.

Aunque esporádicamente y de manera excepcional los ha usado el hombre, el bolso es un complemento típico y fundamental del atuendo femenino, aunque cada día más extendido en el sexo masculino. Debe ir coordinado con la ropa, y sobre todo con el calzado, con el que es aconsejable que coincida tanto en tipo de piel como en color.

Se acepta de manera general que el tamaño del bolso es proporcional a la formalidad de la indumentaria, siendo los más grandes apropiados solo para ropa de sport.

La comodidad de las bandoleras ha acabado imponiendo su larga asa también a algunos modelos de vestir, pero en tales casos el asa debe ser muy fina o bien sustituida por un cordón de pasamanería, unas cadenas de metal, etc. Los modelos de vestir más frecuentes son derivados del “trousseau” que los franceses pusieron de moda a principios de siglo y que eran pequeños bolsos en forma de caja, realizados en carey, aunque después se fabricaron también en otros materiales, sobre todo en metales. Otros bolsos típicos de etiqueta son los que tiene forma de limosneras.

Aunque hay una norma no escrita según la cual el bolso de una mujer es un territorio privado en el que nadie puede revolver salvo su dueña, ese territorio debe llevarse siempre lo más ordenado posible.

PAÑUELOS

El pañuelo de nariz ha sido un signo de distinción desde el siglo XVI, cuando Erasmo escribía que “limpiársela nariz con la manga es tosco”. En cinco siglos, la pieza ha cambiado poco y los más elegantes siguen siendo los blancos de lino o hilo fino rematados a mano.

El pañuelo puede llevarse doblado, en cuadrado o en pico, en el bolso del pantalón. Cuando se utiliza como adorno, en el bolso superior de la chaqueta, puede tomar diversas formas que se expusieron al tratar sobre la chaqueta masculina.

Los pañuelos de papel han sustituido en muchos casos al femenino, y cada vez más al masculino, pero nunca serán tan formales como un buen pañuelo de tejido natural. Los femeninos se distinguen de los masculinos por su menor tamaño, por su tela más suave y por la mayor libertad de diseño, que les permite incluso lucir encajes y bordados.

Además del utilizado para las tareas higiénicas, entre los complementos hay otro pañuelo llamado “de cuello”, que fue el antecedente de la corbata. El pañuelo de cuello dominó la moda masculina del siglo XIX con normas estrictas sobre los colores, el tamaño, la tela, y sobre todo, la forma de anudarlos. Pese a su origen de complemento indispensable del buen vestir, los pocos pañuelos de cuello masculino que hoy se ven, se llevan con cierto desenfado sujetándolos con un medio nudo que hace que un lateral cuelgue sobre el otro, metiendo ambos extremos por el delantero de una camisa con el cuello abierto y aire de sport.

La mujer sin embargo, ha empleado el pañuelo grande o de vestir con mayor profusión para ponérselo al cuello, a la cabeza o como adorno del traje o del bolso. Estos pañuelos accesorios, que suelen denominarse también con la palabra francesa “foulard”, deben llevarse siempre sin arrugas ni marcas de dobleces y en colores y diseños que combinen con la ropa y el resto del atuendo.

El pañuelo de cuello masculino será preferentemente de seda natural gruesa, mientras que para los modelos femeninos se admite una mayor diversidad de materiales, de la gasa al algodón.

BUFANDAS

Las bufandas de punto de lana solo combinan con prendas de sport, las de tejido de lana, que a veces van forradas en seda, pueden llevarse con las gabardinas y los abrigos de la indumentaria urbana más formal, tanto de hombres como de mujeres, mientras que con el traje de etiqueta masculino, la bufanda, si se decide usar, será de seda blanca.

En cualquier caso, la bufanda debe quitarse antes o al mismo tiempo que la prenda exterior y nunca se dejará puesta tras deshacerse del abrigo.

SOMBREROS

Hubo un tiempo en el que el sombrero era una clara señal de posición social, y una cabeza descubierta algo poco común. Hoy en día apenas se recurre ya a esta prenda, que la moda trata de vez en cuando de volver a imponer, sobre todo en el atuendo femenino.

Entre las formas masculinas más clásicas y que hoy prácticamente ya no se ven, ni aun con trajes de etiqueta, se encuentra el sombrero de copa que nació en Londres en el siglo XVIII. Otro clásico, prototipo del hombre de negocios británico, es el bombín. Pero ambos son poco habituales en nuestro tiempo. El sombrero que más se ve es el circular de ala estrecha, en fieltro gris o beige. Lo correcto es combinarlo con el abrigo, ya que se trata de un complemento que se lleva en la calle.

Por su parte, las gorras, menos formales que cualquier sombrero, pueden ser de pico largo o corto. Se hacen en tejido de lana y fueron durante mucho tiempo símbolo de la clase obrera, mientras que hoy se usan con la ropa de sport.

Como se explicó en el capítulo correspondiente, los caballeros deben despojarse del sombrero para saludar, lo que también harán al entrar en cualquier lugar cerrado.
Los tocados femeninos, que llegaron en algunas épocas a estrambóticas exageraciones, desaparecieron prácticamente en las últimas décadas aunque ahora se están recuperando sobre todo para actos sociales de cierta importancia, si bien como accesorio voluntario. Entre las muchas formas que existen de sombreros exclusivamente femeninos sobresalen las pamelas, realizadas en paja fina o en organzas u otros tejidos escogidos.

Conviene recordar que la mujer no se lo quita (no se descubre) ni cuando saluda, ni cuando entra en un recinto cerrado. En principio es un complemento de día, no de noche, para espacios abiertos y que nunca se lleva con traje largo.

Para ceremonias religiosas, más adecuado que un sombrero es un tocado, formado por una pequeña pieza de sujeción decorada que puede servir de apoyo a un discreto velo. En España, el accesorio más tradicional en este caso es la mantilla, pieza de encaje de considerable tamaño, que suele llegar, en la espalda y una vez colocada sobre la cabeza, hasta la altura de la rodilla o hasta media pierna. Data del siglo XVII, cuando era de terciopelo o de tela y llevaba tres puntas, con una cuarta redondeada. En el siglo XX quedó reservado exclusivamente para los actos religiosos. Se lleva con peineta, menos alta que las de fiesta, en cuya parte frontal se dobla y prende uno de los picos, dejando caer la mantilla sobre los hombros y la espalda. Habitualmente es negra, aunque también las hay de color marfil o blanco. El protocolo conserva la norma de que debe ser negra siempre que se utilice ante una alta autoridad religiosa, salvo que la mujer que la lleve esté embarazada, en cuyo caso será blanca.

GUANTES

Es una prenda hoy accesoria y poco utilizada, salvo cuando hace frio o en ocasiones muy solemnes, pero que tuvo antiguamente mucha importancia por su simbolismo y su lenguaje, procedentes del poder de la mano a la que cubren y de la protección que representan.

Quitarse los guantes al saludar (deber del que están dispensadas las mujeres) es un gesto de cortesía que tiene su origen en la época medieval, y cuyo significado inicial era de confianza: el hombre que mostraba sus manos desnudas hacia ver que estaba desarmado. Entre la elegancia y la higiene, lo cierto es que a principios del siglo pasado ninguna persona de buena educación salía a la calle sin guantes, ni siquiera los niños.

El patrón de guante no ha variado prácticamente en toda su historia, salvo en longitud. Hoy se utilizan sobre todo en piel, ante, lana o tejidos sintéticos. Los de piel suelen ir forrados y son más formales. Los tejidos en lana y las manoplas sólo se admiten con indumentaria de sport. La mujer, con traje de máxima etiqueta y si el vestido deja los brazos al aire, puede llevar guantes largos, como los antiguos “amadis” en seda, satén o terciopelo.

PARAGUAS

El paraguas masculino es mayor y más serio que el femenino, en el que la moda ha ido introduciendo coloridos, estampados y materiales muy diversos, Tanto en la tela como en el puño. En los años 50 apareció el paraguas plegable y en los 90 se puso de moda llevarlos de gran tamaño, al estilo de los que se usan en los campos de golf. Pero ninguno de ellos es adecuado para una indumentaria formal.

Cuando un hombre acompaña a una mujer, debe ser él quien sujete el paraguas, aunque sea de ella, y cuando alguien camina bajo un paraguas con otra persona, debe estar atento no solo a cubrirle, sino también a llevar aquel a una altura adecuada para que no le moleste.

Al abrir y cerrar un paraguas es preciso tener cuidado de no golpear con él a nadie, precaución también necesaria al caminar en días de lluvia por una calle concurrida, donde los tropezones de unos paraguas con otros son realmente molestos.

En actos oficiales, la organización debe tener prevista la posibilidad de lluvia y disponer de un número suficiente de paraguas para que al menos los invitados más importantes puedan salir y entrar de su coche al local cubiertos bajo un paraguas. Los paraguas utilizados en estos casos son de gran tamaño, capaces de cobijar a quien los lleva, que se quedará un poco retrasado, y al invitado a quien se tapa, guardando al mismo tiempo una distancia prudente.

ABANICOS

Usado desde la antigüedad (por egipcios, indios y chinos) para aliviar el calor, el abanico llegó a España procedente de China. Tras una época en la que gozó de gran éxito en casi toda Europa, especialmente en los siglos XVII y XVIII, el abanico ha quedado socialmente reducido a un complemento de utilidad para lugares de altas temperaturas y para ser usado casi sólo por las mujeres.

En las épocas de esplendor del abanico (en la que algunos fueron decorados por grandes pintores) llegó a emplearse un lenguaje especial en el que se formaba el alfabeto con las distintas orientaciones de las varillas, si bien fue más popular, pese a que tenía muchas variaciones de un lugar a otro, el lenguaje abreviado en el que el abanico “hablaba”, de amor, mediante gestos.

Hoy el abanico se usa solamente para aligerar el calor, permitiéndose recurrir a él tanto en espacios cerrados como abiertos y a cualquier hora del día, si bien se entiende que con un atuendo más formal la pieza debe ser más sofisticada y de materiales más ricos. Es conveniente que la buena factura del abanico y cierta destreza en su uso permitan abrirlo y cerrarlo con ligereza, pero sin ruidos ni aspavientos vulgares.

CALCETINES Y MEDIAS

El pantalón masculino debe ir acompañado siempre de sus correspondientes calcetines (lo bastante largos para que en ningún momento se vea la pierna), que solo son prescindibles con un calzado deportivo o totalmente informal como náuticos, playeras o alpargatas.

Los calcetines blancos se admiten si son de algodón y se utilizan para hacer deporte. Con prendas de sport son también habituales los modelos de rombos, que originariamente se llevaban con las faldas escocesas y con el mismo dibujo de sus característicos cuadros pero colocados al bies.

Con trajes formales, lo indicado es un calcetín oscuro (casi siempre negro, aunque en algunos casos puede ser azul marino, gris o marrón), entonado con el traje. En principio deberá ser del mismo color que el zapato.

Además del color es importante el material en que están confeccionados los calcetines. Para indumentaria de etiqueta deben ser de hilo o seda, mientras que para vestir pueden utilizarse otras fibras, aunque siempre con texturas finas (no transparentes). Con ropa urbana de sport se admiten tejidos más gruesos. En todo caso, es mejor llevar un calcetín más grueso con un traje formal, que un calcetín fino con ropa informal.

Desde hace algunos años está en boga el uso de los calcetines largos o mini medias conocidos como “ejecutivos” que, ante el frecuente empleo del pantalón por parte de la mujer, se han convertido en la práctica en una prenda unisex.

Además de calcetines, y como prenda exclusiva suya, la mujer, con faldas y vestidos, usa medias altas o pantis, que para vestir deben ser siempre de textura fina. La mujer empezó a utilizar medias a partir del siglo VIII, pero las medias – calzas femeninas no fueron una prenda muy habitual ya que ellas no enseñaban nunca las piernas. La media se revoluciono con la invención de la fibra fina y transparente, que la convirtió en una pieza fina y transparente bajo la cual se podían lucir las piernas.

Las medias son imprescindibles como complemento de cualquier vestido, salvo en épocas o lugares de mucho calor. Aun así, incluso en verano un vestido de etiqueta o un traje para una ocasión formal debe acompañarse con medias, que serán sin refuerzo en la puntera y el talón si el calzado que se lleva es una sandalia o un zapato abierto.

Con indumentarias de vestir, las medias deben ser finas, transparentes y en colores clásicos, bien suaves (hueso, cerne humo) o bien en negro.

La fragilidad de las medias finas hace recomendable, en especial para mujeres que pasen mucho tiempo fuera de casa, tener un recambio a mano puesto que una carrera o un enganche es de pésimo gusto.

TIRANTES Y CINTURONES

Los tirantes como accesorio para sujetar los pantalones se empezaron a utilizar en el siglo XVIII con formas de H, después se cruzaron en una X y hacia mediados del siglo XIX adoptaron el diseño de Y que ahora conservan, aunque es un complemento que ya se ve muy poco. La adopción del traje sin chaleco dejó a los tirantes al descubierto, lo que se consideraba de mal gusto y fue entonces cuando los hombres empezaron a utilizar cinturones. Para quien quiera llevar tirantes y lucirlos (nunca son una vestimenta formal, que además no admite quedarse en mangas de camisa) existen modelos estampados y con adornos en su confección.

Los cinturones más elegantes son los de piel y de un color un poco más oscuro que el pantalón, con el que deben estar coordinados. La hebilla será lo más discreta posible. Para pantalones informales el cinturón puede ser más claro, elástico y con dibujos.

Además de servir de sujeción, el cinturón tiene una función de adorno (nunca debe llevarse un pantalón con trabillas sin él), y ésta es la que ha primado en el atuendo de la mujer. El cinturón femenino está ligado a la silueta que marca la moda, de manera que ha tenido mucho protagonismo cuando se impuso el talle marcado, por ejemplo, a finales de los 40 cuando se llevó la “cintura de avispa”. Al ser una pieza decorativa, ha adoptado las formas, materiales y remates más diversos. Como en el caso de la botonadura, la mujer abrocha el cinturón en sentido inverso que el hombre.

PERFUMES

En las grandes culturas de la antigüedad, como la egipcia y la romana, la utilización de ungüentos y aceites perfumados era algo habitual tanto en los ritos religiosos como en la propia higiene de las personas. El desarrollo de la perfumería tal como la conocemos hoy se debe a los avances experimentados, por la química en el siglo XIX; de hecho, entre las principales materias primas de los perfumes se cuentan, junto con las de origen animal y vegetal, las que son producidas sintéticamente.

Existen innumerables fragancias y aromas, por lo que la mujer (usuaria más habitual de los perfumes) habrá de escoger el que más le atraiga y crea que resulte también agradable para las demás personas de su entorno. De hecho, las mujeres optan siempre por gamas de fragancias similares, con las que se identifican y que terminan siendo un atributo más de su personalidad, como sus colores favoritos, los diseños preferidos de su vestuario, etc.

En general, los perfumes más suaves y frescos son los indicados para el día, mientras que por la noche se admiten olores más fuertes y densos. De todos modos, la prudencia y la discreción han de ser siempre la norma en lo relativo al uso de los perfumes, pues los olores intensos resultan molestos para muchas personas. Por otra parte, nunca deben mezclarse dos perfumes distintos.

MAQUILLAJE

Miles de años antes de nuestra era ya florecían en el antiguo Egipto los salones de belleza y el arte de acicalarse había alcanzado gran perfeccionamiento y difusión.

En nuestro tiempo, la mayoría de las mujeres continúan recurriendo a cosméticos como polvos, cremas y otros aceites para mejorar su aspecto exterior, función en la que también e incluye disimular los efectos del paso del tiempo. Los especialistas aseguran que cada vez hay, sin embargo, más hombres que utilizan productos cosméticos de algún tipo (cremas hidratantes, autobronceadores, mascarillas anti arrugas y anti fatigas) y solicitan servicios de estética en un mundo en el que el cuidado de la imagen personal tiene un gran valor.

La prudencia ha de ser la norma en el uso del maquillaje, que sólo puede acentuarse, y aun así nunca con exageración, para fiestas nocturnas.

Aunque cada mujer se maquilla según su estilo personal, y para ello dispone de una amplia gama de productos en el mercado, el tono del maquillaje, los polvos y el colorete deberá ser el más apropiado al de la propia piel. Al aplicarlo, debe tenerse especial cuidado en no dejar rastros en los cuellos y escotes de la ropa.

Si se llevan los ojos maquillados, la pintura habrá de permanecer firme y sin emborronarse. Se procurara que el color de las sombras no choque con el de la indumentaria que se vista.

El lápiz de labios no debe dejar rastro en todo lo que toque, y para ello lo mejor es retirar los excesos con un papel secante después de pintarlos. No se considera apropiado que una mujer de edad avanzada o una chica muy joven lleven los labios pintados de colores excesivamente llamativos.

Es preferible que el tono de la pintura de los labios coincida con el esmalte de las uñas si estas también levan color. Las uñas pintadas no presentarán nunca faltas o descascarillados, lo que transmite una imagen de descuido y falta de aseo. Si se llevan cortas es más aconsejable optar por un esmalte de brillo, un simple pulido (que pueden llevar los hombres) o la denominada manicura francesa con laca blanquecina y la uña destacada por debajo con un lápiz blanco.

El maquillaje no se retoca en público, si resulta necesario hacerlo, habrá que acudir al servicio.

JOYAS

Las joyas subrayan, como ningún otro complemento, el lujo y el gusto por el adorno. Aunque, por definición, deben estar hechas de metales y piedras preciosas o perlas, hoy en día se ha extendido el recurso a otros materiales y elementos conocidos como “fantasía” y “bisutería”, los cuales, en algunos casos, por su exclusividad o su marca, alcanzan igualmente valores destacables.

Desde hace muchos años existe la convención social de que los hombres solo pueden llevar muy pocas joyas, funcionales y discretas. Son la alianza o el anillo de sello, el reloj, los gemelos y el alfiler o pasador de corbata.

La alianza es el símbolo de la condición de casado, mientras que el sello era en sus orígenes una verdadera carta de identidad. Los relojes más elegantes son los clásicos, de esfera plana y agujas, sencillos y sin colores (los mejores por supuesto son los de oro). Los modelos que emiten sonidos o señales sonoras al cumplirse las horas están rigurosamente prohibidos por la etiqueta social. Los gemelos son propios de camisas formales, con puños y cuello rígido, aunque también se han convertido en un detalle de finura y coquetería que muchos hombres llevan con trajes no demasiado serios. Por su parte, el pasador de corbata (los alfileres casi no se usan), aprovechando con frecuencia para mostrar escudos o emblemas, será más elegante si responde a diseños sencillos y anónimos (sin letras, logotipos ni mensaje concreto alguno); se coloca a media altura y sujeto por atrás a la camisa. Si se llevan sujeta corbatas y gemelos, conviene combinarlos entre sí.

Quizás la pieza de joyería más antigua sea el collar que utilizaban las mujeres desde tiempos primitivos (y también los hombres poderosos), con funciones tanto ornamentales como políticas. Hoy en día el repertorio de alhajas femeninas es relativamente amplio: además de collares y gargantillas, existen infinidad de modelos de pulseras, anillos, pendientes, broches, diademas y prendedores para el cabello, etc. En todos ellos un elemento fundamental es, además de los metales preciosos, las piedras que en ellos van engastadas. Destacan por su valor y belleza, los brillantes y las perlas. El diamante, carbono puro cristalizado, es la gema más apreciada y su peso se mide en quilates (un quilate son 0.2 gramos); además del peso se aprecia mucho su talla. Las perlas por su parte, son esferas de nácar formadas en el interior de algunos moluscos, y han obtenido un éxito tan grande que dieron lugar al desarrollo de variedades cultivadas en incluso sintéticas.

A la hora de utilizar joyas, lo más importante es la moderación. Durante el día y siempre en el entorno laboral, las mujeres han de llevar pocas joyas y de presencia discreta. Se admite el uso de alhajas lujosas e importantes con indumentaria femenina de etiqueta y en actos sociales de gala. En tales casos, el reloj y el bolso también serán de la máxima categoría (de hecho, hay bolsos que por sí mismos son autenticas joyas).

domingo, 18 de octubre de 2009

TRAJES DE ETIQUETA

La expresión “traje de etiqueta” designa un tipo de vestuario propio de determinados actos sociales y ceremonias muy formales y solemnes, que se utiliza de acuerdo con unas normas rígidas cuya vigencia pervive desde el siglo XIX. Tras la caída en desuso de la levita, prenda que alcanzó gran difusión en el XIX, los trajes de etiqueta masculina que se conservan en la actualidad son el chaqué, el frac y el esmoquin. La etiqueta femenina permite mayor libertad, como sucede en general con toda la indumentaria de mujer, pero posee también su reglamentación. En las convocatorias a actos en los que se requiera etiqueta, esta prescripción debe constar expresamente, y de manera muy clara, en la tarjeta de invitación.

FRAC

El traje de máxima etiqueta es el frac que desde principios de siglo, está reservado para la noche y las ocasiones más formales. En pura ortodoxia sólo es admisible en lugares cerrados. El frac se ve sobre todo en actos académicos y diplomáticos. Es típico por ejemplo, de las cenas de gala ofrecidas en el Palacio de Oriente, por S.M. el Rey, a los jefes de Estado que vienen oficialmente a nuestro país.

Consiste en una chaqueta negra, con botonadura simple o cruzada, que es corta por delante (sigue la altura de la cintura) y larga por detrás, con faldones traseros en pico. La camisa es blanca, con pecho duro o almidonado y cuello subido; los puños se cierran con gemelos. La corbata, y esto es importante, ha de ser de lazo y blanca. La pajarita blanca es el verdadero símbolo del frac, así se llama en Inglaterra y estados Unidos (“White tie”), y esta es la expresión que se utiliza en las tarjetas de invitación (“corbata blanca”) para indicar que a un acto debe acudirse vistiendo frac.

El chaleco del frac, ajustado, de una fila o cruzado, es blanco, a menudo de piqué, aunque puede ser negro en determinadas ceremonias (por ejemplo en las Reales Academias). Los pantalones son negros y lisos, con una tira lateral del mismo color, más brillante. Los zapatos negros de charol, de suela muy fina y con cordones, y los calcetines negros de seda o hilo.

El acompañamiento correcto del frac son los guantes blancos y el sombrero de copa, aunque ambos accesorios se utilizan ya muy poco. Esta prenda permite lucir condecoraciones y medallas. Cuando se tiene banda, es habitual vestirla sobre el chaleco – es obligatorio si el acto lo preside un jefe de Estado, en otro caso puede dejarse debajo - .

CHAQUÉ

El chaqué es la prenda de día más ceremoniosa del vestuario masculino y, por ello, se utiliza sólo en contadas ocasiones. Estrenado en el siglo XIX como atuendo para montar a caballo, en la corte británica era negro, con chaleco a juego y pantalón a rayas. Con los años, el chaqué gris se ha ido imponiendo, aunque el negro sigue siendo más ceremonioso.

A lo largo de todo el siglo XX, ambos colores (negro y gris) han librado una singular batalla por la primacía, aunque parece que el gris, menos solemne, se mantiene en la primera posición. Aun así, existe para las bodas una antigua regla de etiqueta según la cual solo el novio y algunos invitados relevantes (el padrino, por ejemplo) pueden ir de gris, todos los demás deben ir de negro.

La chaqueta tiene su parte delantera más corta y curvada, de modo que termina en faldón por atrás (este diseño permitía a los jinetes una notable comodidad cuando llevaban los pies en los estribos) A principios del siglo XX, la chaqueta comenzó a abrocharse a la altura de la cintura con un doble botón a modo de gemelo: un botón en cada uno de los extremos de una cadenita corta.

El chaleco puede ser beige o gris perla (en todo caso, liso), de una fila o cruzado. La camisa será siempre de color blanco y con cuello duro, aunque no necesariamente almidonada. La corbata tiene un tono gris plateado y se sujeta a la camisa con un alfiler rematado con cabeza de perla; es de nudo normal, no de pajarita. Para entierros y actos fúnebres, es habitual que el chaleco y corbata sean de color negro. En cuanto a la corbata, comienzan a verse chaqués con modelos discretamente estampados en tonos oscuros.

El chaqué se completa con un pantalón de finas rayas verticales, negras y grises, sin vuelta, y zapatos negros de piel, sin dibujos y con cordones. Los calcetines de seda o hilo negros.

El sombrero de copa o chistera, complemento clásico del chaqué, está en desuso. Los guantes a juego y un buen bastón, eran los accesorios tradicionales de esta prenda.

Es importante decir que sobre el chaqué no pueden prenderse medallas ni condecoraciones.

Hoy en día, las ocasiones en que un hombre puede llevar chaqué suelen enumerarse entre las más importantes de su vida: probablemente su boda, tal vez una recepción oficial…. En España se ven chaqués en bastantes actos, quizá porque recurrir a esta prenda supone realzar la categoría de aquellos. En cualquier caso, y como ya se dijo, sólo deben vestirse en horario diurno y hasta media tarde (por algo se le conoce como el “morning coat” en el ámbito anglosajón). Los ortodoxos de la etiqueta consideran que la frontera horaria que delimita el uso del chaqué en relación a la del frac son las 19 horas, aunque el frac se ha visto en algunos actos matinales o al mediodía si asiste el jefe de Estado, por entenderse que su rango requiere la mayor gala.

ESMOQUIN

El esmoquin, por último, es el traje de ceremonia más utilizado por las noches. Tiene su origen y toma el nombre de la ropa que empezaron a usar los caballeros ingleses del siglo XIX para fumar (“to smoke”), pese a lo cual los británicos llaman ahora a esta indumentaria “dinner jacket” (chaqueta de cenar) o “black tie (corbata negra), mientras que en Estados Unidos, además de cómo “black tie” se la conoce como “tuxedo”, denominación que corresponde al Tuxedo Park, club neoyorkino donde por primera vez se vistió este traje.

En las invitaciones a actos que requieran esmoquin se indicará la obligación de esta etiqueta con la expresión “corbata negra”.

El esmoquin original llevaba la chaqueta negra y de botonadura sencilla, como un frac sin faldón y con las solapas en punta, pero desde hace años se admite también con botonadura doble y cuello sin muesca forrado con un tejido brillante de seda o satén, que hace muy reconocible a esta prenda. Las chaquetas blancas que se ven en algunos países o épocas calurosas del año, no son siempre consideradas de buen gusto.

El esmoquin puede llevar chaleco negro, y en caso de no llevarlo que es lo más común, se acompaña de un fajín de seda o raso también negro, cuyos pliegues se colocan hacia arriba ya que originariamente escondían un pequeño bolsillo. Si la chaqueta es cruzada no es preciso fajín ni chaleco, pues la cintura queda cubierta. La corbata es de pajarita y negra. La moda difunde a veces para fajín y pajarita otros colores como el rojo granate o el azul tinta, pero el negro siempre será el color clásico de referencia. La camisa del esmoquin puede ser blanca o crema si es blanda, y necesariamente blanca si es dura, a menudo lleva lorzas verticales sobre la pechera a ambos lados de la botonadura; los puños son dobles y cierran con gemelos.

El pantalón del esmoquin es negro, cualquiera que sea el color de la chaqueta, y sin vuelta. Acostumbra a lucir una cinta de seda en el costado. Los zapatos, negros y de charol (o con mucho brillo), y más escotados de lo habitual. El algunos casos se adornan con un lazo de seda o hebilla en el empeine; se admiten también con cordones o del tipo mocasín de salón o escarpines. Los calcetines negros, de seda o hilo.

Ante el despiste que algunos novios incurren con cierta frecuencia, hemos de decir que el esmoquin no es una prenda adecuada para bodas, siendo mucho más aconsejable el chaqué, incluso si la ceremonia se remata con una cena.

Estas tres prendas de etiqueta masculina (chaqué, frac, y esmoquin) se ofrecen en alquiler en muchos establecimientos especializados, por lo que aquellas personas que no las precisen utilizar con frecuencia podrán ahorrarse el gasto que supone su adquisición.

ETIQUETA FEMENINA

Aunque en 1970 Yves Saint Laurent lanzó como símbolo de sofisticación el esmoquin femenino, lo cierto es que el atuendo de etiqueta de la mujer se basa simplemente en el uso de vestidos de corte clásico, con los tejidos enriquecidos al máximo (a veces se cubren incluso con pedrería) la longitud prolongada hasta los pies y, a menudo, con escotes de gran amplitud.

El negro que en 1949 Cristóbal Balenciaga difundió como el tono de la elegancia, es también en el vestuario femenino de etiqueta un color seguro, pero no exclusivo.

Si para un acto determinado la tarjeta de invitación exige “corbata blanca” ello significa que, además de vestir frac los caballeros, las mujeres habrán de acudir con vestido largo (lo que además se llama “traje de noche”).

El vestido de coctel es bastante corto (llega hasta la rodilla o unos centímetros más abajo), y se confecciona con telas nobles y ligeras como la seda, el terciopelo, el satén o la lana poco pesada. Dependiendo de los diseños, puede estar bordado con adornos delicados y muchas veces deja al descubierto brazos y hombros. Inevitablemente tiene un regusto a la estética de los años veinte, época en que fue concebido. Es apropiado para actos diurnos o de media tarde, aunque en una cena ya resulta bastante habitual.

Con vestido largo, aunque las piernas estén cubiertas, las mujeres deben llevar medias. Y con cualquier clase de etiqueta, el bolso femenino no será de piel sino de un tejido (adornado o no con pedrería), de carey o metal.

Es excepcional un vestido de etiqueta femenina con pantalón o falda corta. De hecho, en una cena de gala no se verá ninguno.

Para asistir a ceremonias religiosas, los vestidos escotados y sin mangas se cubrirán con un chal, estola, echarpe o alguna otra prenda exterior. El echarpe es una pieza más larga que ancha, que se sujeta en los antebrazos dejándolo flojo a la espalda, o envolviendo el pecho y el cuello una vez en la calle. Un echarpe especial es el mantón, cuadrado y con flecos de considerable longitud, que se lleva doblado en pico y caído a partir de los hombros. El más popular es el bordado de la China que en España se conoce como mantón de Manila. Un buen mantón debe ser tan largo como para que, una vez doblado, cubra desde la cabeza hasta los pies, aunque también los hay de un tamaño menor, llamados mantoncillos y otros que se hacen ya con forma de pico.

UNIFORMES

La indumentaria militar es minuciosamente regulada en las ordenanzas castrenses. El uso de los uniformes, como elemento principal que define la función de quien lo viste, es obligatorio en actos de servicio y, por la misma razón, puede estar prohibido en algunas actividades sociales ajenas a la profesión.

El grado jerárquico del militar y el rango de la actividad que se desarrolle (de trabajo, de diario, de gala, de etiqueta o de gran etiqueta) son los condicionantes que determinan la prenda a utilizar.

A la hora de establecer un paralelo entre la indumentaria civil y la militar para actos sociales, el uniforme de gala equivale al frac, y el de media gala al esmoquin. El frac, es asimismo, la prenda civil y reglamentaria de gala en la Armada y en el Ejército del Aire. Ante el Rey, la banda de una Gran Cruz cruzará por encima del chaleco en vez de hacerlo por debajo.

Además del ejército, la Iglesia, la judicatura y las autoridades académicas, entre otros sectores, tiene sus propias prendas de uniforme, perfectamente regladas en sus respectivos ámbitos. Todos los uniformes indican la jerarquía de quien los viste, y los distintos galones, condecoraciones o signos complementarios arrojan información sobre el nivel de formalidad de cada concreta indumentaria.

EL LUTO

Entre las manifestaciones externas de duelo frente a la muerte se encuentra la indumentaria de luto, que se identifica en toda la cultura occidental con el color negro. Regulado durante siglos por las leyes suntuarias, hace ya mucho tiempo que el luto se convirtió en una norma de uso social. Hasta bien entrado el siglo XX, ante la muerte de un familiar próximo era obligatorio que los allegados llevasen luto varios años, costumbre que aún se conserva en zonas rurales.

El luto (al que seguía una época llamada “de alivio”, en la que el negro se podía combinar con detalles en gris, blanco, morado o malva) se utiliza cada vez menos en las ciudades, manifestándose sin embargo para los actos fúnebres.

En el hombre el luto exige un traje formal y oscuro, preferentemente gris, con camisa blanca y corbata negra, color del que también son los zapatos y los calcetines.

En la mujer la indumentaria de duelo se compone de un traje o vestido negro, que va siempre acompañado de medias en igual color. En caso de vestir blusa, puede ser gris o blanca, aunque la ortodoxa es la negra. Los niños están excluidos de la obligación del luto.

Aunque en la actualidad sólo vistan luto los familiares más próximos al fallecido, se considera de mal gusto acudir a ofrecer un pésame o a un funeral con indumentaria de colores llamativos.

viernes, 16 de octubre de 2009

REGLAS PRÁCTICAS PARA EL MEJOR USO DE TODAS LAS PRENDAS

La combinación de las prendas se basa, en primer lugar en su colorido, cuestión en la que, además del gusto personal y las modas, intervienen los condicionantes culturales. Por ejemplo, los hombres tenderán siempre a colores más oscuros y discretos. Las mujeres, por su parte, tiene el problema inverso: admiten cualquier color y cualquier combinación cromática, por lo que con frecuencia la dificultad para ellas estriba en decidirse entre las numerosas posibilidades existentes.

Veamos cómo utilizar los colores más habituales:

- En los hombres el negro combina bien con casi todos los colores, aunque puede dar algún problema con los más oscuros, como el azul marino o el marron.es el color del luto y la etiqueta más estricta (frac, chaqué, smoking), pero se utiliza menos en la actividad ordinaria, por su extremada seriedad. Para las mujeres es, sin embargo, una de las soluciones más habituales en cualquier ocasión, no solo por lo fácil que resulta combinarlo, sino también por si efecto estabilizador.

- El marrón es uno de los más difíciles de combinar, sobre todo en la indumentaria masculina, salvo que se conjugue con su familia más clara (canela, arena) o con algunos verdes. Nunca llego a convertirse en un color propio de un traje masculino serio, donde perdió claramente la batalla con azules y grises. No es el caso de las mujeres, quienes, en uso de su libertad cromática, tiene al marrón como uno de los colores fundamentales en su ropero.

- El gris es el color clásico y serio por antonomasia. No casa bien con algunos tonos de marrón, pero si, con el negro y con el azul, así como con determinadas tonalidades de verde y con el granate.

- El azul marino es una de las opciones tradicionales y siempre seguras. Presenta ciertas dificultades para combinar con los verdes, pero va bien con los rojizos y con tostados claros como el beige. Es perfecto con toda la gama de grises.

- El blanco es un comodín, que solo da problemas si se pretende combinar con los tonos más claros de cualquier otro color. Para prendas exteriores solo es propio de mujeres. Existen modelos de chaquetas de smoking masculino en color blanco, pero son muy poco comunes.

La combinación de colores es también la base para conjugar estampados. Los dibujos que más se prestan a la coordinación son los menos marcados y los de motivos pequeños como lunares o topos.

Otro aspecto a tener en cuenta son los tejidos, hasta el punto de que la tela puede llegar por si misma a definir totalmente una prenda. En el mundo en que los adelantos técnicos abren toda clase de posibilidades, siguen siendo preferibles los tejidos d fibras naturales a los sintéticos. Hay que recordar, eso sí, que una prenda de fibras naturales requiere más cuidados (plancha o limpieza en seco, por lo pronto) que una de fibras sintéticas; entre los inconvenientes de estas últimas cabe citar los brillos artificiales que suelen producir y la acumulación de olores.

Fondo de armario

Se denomina así al conjunto de prendas básicas que, adecuadamente combinadas con otras secundarias y con complementos diversos, permiten a una persona disponer de una indumentaria para las necesidades de cada momento.

El “fondo de armario” dependerá de la actividad que desarrolle la persona, de su trabajo y tipo de relaciones sociales, de la manera en que ocupe su tiempo libre, etc. Pero, en cualquier caso, es preferible que estas prendas básicas sean de buena calidad, tanto en sus materiales como en su confección, y de un estilo más bien clásico para que resistan el paso de tiempo sin quedar desfasadas. Algunos complementos sabiamente elegidos bastarán para ponerlas al día. Por supuesto, deberán estar siempre a punto para su uso, es decir, limpias, planchadas, sin botones caídos…

LA CHAQUETA

La chaqueta, creada como prenda masculina, se utiliza actualmente en dos modalidades: con botonadura sencilla y con botonadura doble o cruzada. En principio, se considera que la cruzada es más seria, aunque vestir una u otra depende del gusto personal, e incluso del físico, pues la sencilla favorece una imagen más esbelta, mientras que la cruzada ensancha la figura (no se aconseja, por esta razón, para personas corpulentas). La chaqueta cruzada impone, por otra parte, deberes adicionales a sus usuarios, ya que ha de mantenerse siempre abrochada cuando se permanezca de pie y no puede combinarse con chaleco. Otra diferencia está en la forma de la solapa: es de pico en las cruzadas y de muesca en las sin cruzar.

Otro elemento variable en la confección de las chaquetas es la abertura en la espalda, que nació en las chaquetas de montar para que la prenda fuera más cómoda y quedase recta sobre la grupa del caballo. Aún al margen de la equitación, la abertura sigue siendo cómoda porque facilita el gesto de introducir las manos en los bolsillos. La chaqueta de una sola abertura es la típica americana, y la de dos la tradicional inglesa. La prenda sin aberturas ofrece una imagen más limpia de la espalda, pero puede deformarse.

En cuanto a los bolsillos, la chaqueta tradicional inglesa incluye dos en su parte inferior (uno sobre cada cadera), y otro en la superior, que se utiliza únicamente para el pañuelo. La mayoría de los modelos, sin embargo, solo llevan los dos inferiores.

Las mangas de la chaqueta han perdido sus antiguas vueltas, pero su rastro queda presente en los botones que se ponen al final con carácter ornamental. Aún así, en una prenda del mejor sastre, estos botones no irán simplemente pegados, sino que podrán desabrocharse con sus correspondientes ojales.

El largo de la chaqueta debe cubrir el asiento del pantalón, aunque su longitud puede variar para adaptarse y resultar o corregir la figura de cada uno. Las mangas dejaran asomar un centímetro, o quizá un poco más, de la camisa. La forma, Longitud y anchura de las solapas varia levemente con las modas, pero siempre son preferibles los diseños intermedios, no muy anchas ni excesivamente estrechas.

Una prenda británica

Para la aceptación tan general que ha conseguido, la chaqueta es una prenda relativamente reciente, ya que nació a finales del siglo XIX cuando la clase acomodada inglesa empezó a ir al campo y a practicar la caza. A partir de 1920, las chaquetas de sport comienzan a utilizarse para otras actividades, aunque conservando detalles de su estilo inicial como los bolsillos de parche o los botones de cuero. De su origen rural quedan otros rastros, como las telas de “tweed” o los dibujos de pata de gallo o espiguilla.

Una chaqueta muy característica y con su propia historia es el “blazer”, cuyo invento se atribuye al capitán de la fragata HMS Blazer quien, en 1837 y ante una visita de la reina Victoria al barco, ordenó confeccionar para su tripulación unas chaquetas de sarga azul que llevaban en sus botones el escudo de la marina real inglesa. El “blazer” actual conserva el azul marino del tejido, el corte con botonadura cruzada y los clásicos botones metálicos, semiesféricos y con motivos náuticos. La combinación más habitual para esta prenda es un pantalón de franela gris, que puede ser más liviano y claro en climas o épocas calurosas.

La chaqueta femenina

Presenta algunas diferencias básicas con la masculina, como el sentido opuesto de la botonadura, los hombros menos rígidos, la cintura más marcada… pero las principales modificaciones vienen del rápido ciclo de cambio que distingue a la moda femenina. Una chaqueta de mujer puede ir totalmente entallada, carecer de solapas, subir los delanteros y llevar cuellos de distintos tipos o eliminarlos por completo. Los largos presentan así mismo una gran diversidad, desde las que apenas rebasan la cintura hasta las que casi parecen una levita. La variedad es también enorme en los tipos de tejidos y en sus estampados. El conjunto formado por una chaqueta y una falda o pantalón suele denominarse “dos piezas”

Bolsillos vacios

Sea hombre o mujer, procure llevar muy pocas cosas, o ninguna, en los bolsillos de la chaqueta. Esa imagen, más frecuente en los varones, del bolsillo superior engordado por agendas, papeles, bolígrafos, gafas etc., es realmente triste. La cartera masculina se guarda en el bolsillo interior.

El pañuelo

Un detalle que denota elegancia y gusto clásico es el colocar ligeramente sobresaliente (no más de dos o tres centímetros), el pañuelo en el bolsillo superior de la chaqueta. Antes se consideraba necesario que armonizase, en tejido y color, con la corbata, pero hoy en día se concede más libertad en este punto, existiendo pañuelos de gran calidad que se distinguen y a la vez combinan con la corbata. El modelo blanco de hilo sigue siendo, en todo caso el tradicional. Puede colocarse al menos de cuatro formas distintas: triangular de una sola punta, cuadrada, con cuatro puntas o en forma suelta.

EL PANTALÓN

Muy ajustados en sus inicios, los pantalones masculinos se confeccionan desde hace ya mucho tiempo con una anchura que los adapta al cuerpo, siendo más anchos en las caderas y estrechándose según bajan hacia el tobillo, donde se cortan de forma que rebasen ligeramente los dos tercios del largo del zapato. Pero atención. ¡que no arrastren ni se puedan pisar!

En el delantero el pantalón puede ser liso o con pinzas, que en una prenda tradicional serán sólo dos: una coincidiendo con la raya y la otra entre aquella y el bolsillo. En la actualidad como casi todos los pantalones se sujetan con cinturón, han de llevar las oportunas trabillas.

Una vez puestos, los pantalones han de marcar limpiamente la raya, que romperá encima del zapato. Si se lleva vuelta en el bajo, esta deberá ir en paralelo al suelo, mientras que si no la llevan el bajo hará una mínima desviación oblicua de manera que por detrás sea un poco más largo. El pantalón cubrirá levemente el zapato y no dejara mostrar los calcetines mientras se permanezca de pie.

Al principio los bolsillos se situaban en horizontal bajo la cintura, pero poco a poco su posición fue cambiando hacia la vertical u oblicua y su lugar hacia los costados, además de añadirse un tercero en la parte trasera. De los primeros bolsillos horizontales sólo queda, algunas veces, uno pequeño bajo la parte delantera de la cintura. Suele decirse que un pantalón bien confeccionado es aquel que cuando la persona está de pie, no deja ver el forro de los bolsillos.

Los tejidos de los pantalones conviene que sean ligeros y flexibles. La pana solo se admite para el vestuario informal.

El pantalón femenino

Las mujeres han adoptado hace años esta prenda como una de las habituales en su vestuario, incluso con modelos idénticos a los masculinos. Por lo general, sin embargo, el pantalón femenino presenta algunas peculiaridades: ausencia del bolsillo trasero y del pequeño delantero, mayor longitud de tiro, menor anchura del bajo, etc.

El pantalón femenino puede llegar a ser muy ceñido y lleva con cierta frecuencia cremallera o cierre en uno de los costados. Pese a su gran uso como traje de calle, el pantalón de vestir femenino no está muy admitido, más que en contadas ocasiones, como parte de un vestuario clásico para una circunstancia formal.

LA FALDA

Hasta los años sesenta, la pieza exterior más característica del vestuario femenino y exclusiva de este sexo en la cultura occidental, fue la falda, prenda que cae desde la cintura (a veces ligeramente desplazada hacia la cadera) y con más o menos vuelo se alarga hasta una longitud que hoy en día se sitúa en torno a la rodilla. Dependiendo del momento, la moda difunde diferentes largos que oscilan entre la minifalda y la que se conoce como maxifalda.

La falda recta (que, para ser cómoda, sobre todo si el largo es apreciable, ha de llevar abertura posterior) es la más difundida. Pero existen muchas variedades: hay faldas fruncidas, acampanadas y plisadas. Uno de los más conocidos modelos plisados es la falda escocesa, con sus típicos cuadros; este es un diseño más bien juvenil y nunca formal.

Los conjuntos femeninos más serios son los que combinan chaqueta y falda, y los vestidos de gala son, asimismo, prendas que básicamente consisten en una falda larga.

EL TRAJE

En sus inicios el traje masculino estaba compuesto por tres piezas: chaqueta, pantalón y chaleco. Así fue como lo difundieron los sastres ingleses, aunque actualmente el chaleco se utiliza muy poco ya que su función originaria (protegerse del frio) la cumplen los sistemas de calefacción en los despachos modernos.

Para que una chaqueta y un pantalón formen un traje es imprescindible que sean de un mismo color y tejido. Se admite de manera general que un traje formal siempre es oscuro, recomendándose como colores más idóneos el azul marino y el gris, en telas lisas o con dibujos clásicos y discretos como las rayas finas, el ojo de perdiz o los cuadros Príncipe de Gales. En principio, se admite que el color del traje sea más claro por las mañanas, algo oscuro por las tardes y muy oscuros por las noches. En el verano se utilizan tonalidades más claras.

Por su parte, el traje de mujer puede ser de los que combinan chaqueta y falda (que será más bien recta y con un largo en torno a la rodilla), sin necesidad de que el color sea el mismo en ambas piezas y admitiéndose la combinación de lisos con estampados; o bien los llamados “traje pantalón”, en los que la chaqueta se acompaña de la indicada prenda (en principio, estos son más informales). En cuanto a los colores, aunque la elección dependerá de las preferencias personales, suelen ser más recomendables los tonos claros y fuertes para el verano, y los oscuros para el resto del año.

CAMISAS

Fue también en Gran Bretaña donde, en 1871, un fabricante registró el primer diseño de camisa abierto de arriba abajo en su delantero, para poder abrocharla, lo que suponía una innovación frente a los modelos anteriores que se introducían por la cabeza como si fueran camisetas.

De tela fina y lavable, la camisa que se lleva con chaqueta o traje debe ser de mangas largas y con puños. Los modelos informales tiene algunas características que los distinguen: dobladillo de la abertura delantera con una tira pespunteada que forma una especie de jareta, cuellos sujetos con botones, uno o varios bolsillos, etc. Una camisa seria no lleva pespuntes, botones en los cuellos ni bolsillos.

Aunque en la actualidad muchas camisas llevan los bajos delanteros y trasero cortados a la misma altura, en los modelos más tradicionales la espalda (que arriba lleva canesú) acaba en un generoso faldón.

El cuello más usual es el vuelto, con las puntas solo ligeramente separadas y de una longitud muy comedida. La tela es más rígida en el cuello, sobre todo cuando está previsto para llevar con corbata. Algunas camisas se acompañan con pequeñas paletas de plástico, de poner y quitar, para endurecer los cuellos.

Los pliegues del remate de las mangas son uno de los detalles donde se percibe la buena confección de una camisa. Los puños se abrochan con un botón y, en los modelos más formales, con gemelos, en cuyo caso sólo llevarán un ojal en cada extremo.

Las tallas de las camisas masculinas confeccionadas industrialmente se mide por la anchura del cuello, lo que, debido a las diferencias de constitución física de las personas, provoca algunos desajustes molestos.

Para evitarlo, existen firmas que hacen distintos largos de manga por cada talla de cuello. En los últimos años empiezan a proliferar establecimientos donde se hacen camisas a medida a precios muy asequibles, lo que es un forma de evitar el mal efecto que supone para el aspecto de un caballero llevar unas mangas demasiado cortas o largas, o un cuello manifiestamente ancho.

El tejido más común y cómodo es el popelín, preferiblemente blanco o crema para los trajes, aunque también se admiten otros colores siempre que sean muy suaves y claros. En los atuendos menos formales se utilizan las rayas, tan difundidas hoy en día que se han convertido en un clásico de la camisería. La regla clásica establece que la camisa ha de ser más clara que el traje, y la corbata más oscura que la camisa. Los cuadros solo se permiten en un atuendo formal si son muy pequeños o muy claros, en colores bajos y poco perceptibles. Al contrario, la típica camisa de sport es la que lleva cuadros gruesos, marcados y muy visibles.

Las mujeres pueden emplear las mismas camisas que los caballeros, y tiene además a su disposición una amplísima oferta de blusas, con toda clase de formas, tejidos y adornos. Los materiales y diseños de los botones son también muy diversos. La seda es uno de los tejidos típicos en las camisas femeninas.

Un detalle practico e importante es que la tela de las camisas tenga cierta opacidad y no permita ver las prendas interiores, que en sui caso, se lleven debajo. Aunque en las pasarelas de alta costura abunden las denominadas “transparencias”, lo cierto es que no se utilizan en la vida normal y de ninguna forma son prendas para una ocasión solemne.

Un último consejo de uso: la camisa, que es una prenda que se cambia todos los días, ha de estar impecablemente planchada. Una camisa, en especial si es “de vestir”, no parece más juvenil y deportiva si se lleva sin planchar, simplemente demostrara que quien la lleva es una persona descuidada y con escaso aprecio por sí misma.

LA CORBATA

La corbata es el elemento más característico de la indumentaria formal masculina, componente imprescindible en cualquier traje y expresión del gusto personal del caballero que la luce.

Pueden confeccionarse en diversos estilos y materiales (las hay de fibras sintéticas, de algodón y hasta de cuero), pero las corbatas de calidad son las de seda, y van cortadas al bies, lo que permite que se anuden bien y no se tuerzan. Hay una forma muy sencilla de comprobar su confección: sujetándolas por la parte más estrecha y dejándola colgar; si no cae perfectamente recta es que no está bien cortada. Las corbatas a rayas deben estar cortadas de modo que estas formen un ángulo de 45 grados y queden paralelas con uno de los lados del pico inferior. Las rayas inglesas tradicionales bajan del hombro izquierdo hacia la derecha, mientras que en las americanas la orientación es a la inversa.

Para cuidar bien una corbata debe deshacerse el nudo siempre que se quite, enrollarla unos minutos sobre si misma y, después, colgarla en posición vertical.

Los dos nudos más habituales son el corredizo (el más común) y el Windsor (que toma su nombre del duque de Windsor que fue después de Eduardo VIII), más abultado y que requiere cuellos de camisa más separados.

Llevar bien una corbata significa que siempre tiene que estar bien anudada, sin separarse del cuello de la camisa, con el pico de la parte más ancha sin rebasar, o rebasando sólo ligeramente, el cinturón, y con la parte estrecha oculta. La anchura de la corbata, que varia con la moda, guardará proporción con las solapas de la chaqueta, de manera que se estrechará si lo hacen también aquellas. No es verdad que llevar el nudo flojo transmita un aspecto juvenil; quien no quiera utilizar corbata, que no la utilice, pero si lo hace, ha de hacerlo bien.

La combinación de la corbata con el traje y la camisa es un verdadero arte, pues aunque cada vez se concede más libertad a los caballeros, hay ciertas heterodoxias que no se consideran correctas, por ejemplo, los contrastes llamativos fruto de superponer, en corbata y camisa, rayas y cuadros de distinto tipo, o combinar camisas estampadas con corbatas también estampadas. La teoría dice que con camisa a rayas se llevará corbata lisa y con traje a rayas, corbata sin ellas.

El nudo de la corbata

En los primero movimientos se tendrá en cuenta la longitud de la corbata, con el fin de que, una vez completo el nudo, el extremo inferior quede a la altura de la cintura. Al introducir la pala ancha para formar el nudo es cuando deben evitarse las arrugas. Terminado el nudo, el extremo estrecho de la corbata no colgará más abajo del ancho

La pajarita

La corbata de pajarita, originariamente propia de los trajes de etiqueta, se lleva en ocasiones con camisas y chaquetas normales, aunque no es frecuente y transmite una imagen de cierta excentricidad.

El pañuelo de cuello

Se admite como sustituto de la corbata en situaciones semi – formales o en verano. Es más propio de caballeros de edad avanzada y, cuando se utilice, habrá que optar por colores muy discretos que combinen bien con el resto de la indumentaria.

EL VESTIDO FEMENINO

La pieza más habitual del vestuario femenino, al menos hasta los años sesenta, es una prenda en la que el cuerpo y la falda can unidos. Hoy en día sigue siendo el atuendo más aconsejable para situaciones formales, aunque existen muchísimos modelos aptos para las más distintas circunstancias.

El más apropiado para la mayoría de las ocasiones sigue siendo el de corte sencillo y recto. Muchos vestidos femeninos se complementan con una chaqueta, cuyo diseño y colorido ha de combinar, como es lógico, con aquel.

EL ABRIGO

Basado en la antigua levita, el abrigo es una prenda exterior que fue muy popular en la indumentaria masculina del siglo XIX. En el siglo XX, utilizado por hombres y mujeres, se ha beneficiado de los adelantos técnicos que permiten aligerar y dar mayor flexibilidad a los tejidos. Un buen abrigo, sin perder su utilidad como defensa del frio, debe pesar lo menos posible.

Hay algunos modelos que han conseguido gran popularidad como el Chesterfield (entallado, de botonadura simple bajo tapeta y solapas forradas de terciopelo) el loden, (amplio, con pliegue en la espalda, habitualmente verde jaspeado) o la “trenka” (con capucha e identificada sobre todo por su botonadura de piezas de madera abrochada con tiras de cuero)

Los modelos de abrigo femenino parten de la misma línea del masculino, aunque, como sucede con toda la ropa de la mujer, incluyen numerosos diseños, formas y coloridos. El cuero es utilizado tanto por hombres (sobre todo en prendas de abrigo cortas) como por mujeres, pero estas son las que más emplean pieles de animales en sus abrigos. Los de piel fueron durante muchos años símbolo de riqueza y distinción, casi de ostentación. En los últimos años han aparecido pieles sintéticas como alternativa a las naturales, lo que evita el deterioro que sobre la imagen pública de estas prendas vienen causando las campañas de defensa de los animales promovidas por los movimientos conservacionistas.

El abrigo ha de mantener una coordinación con el resto de la ropa, lo que supone, por ejemplo,. Que un abrigo de sport no se llevará con un traje formal, y a la inversa. En el caso del abrigo femenino, ha de cuidarse además de la combinación con los complementos (el bolso, etc.).

GABARDINAS

La gabardina nació en 1865 de la mano de Thomas Burberry, que la creó para el ejército inglés, que luchaba en la guerra de los Boers, Burberry inventó un tejido de algodón doblemente impermeabilizado, en el hilo y en la tela, que además dejaba transpirar el cuerpo.

Los diseños posteriores fueron incluyendo diversas innovaciones, pero los modelos clásicos de gabardina masculina siguen fieles a una serie de rasgos inconfundibles: hombreras, tirilla para abrochar el cuello, arandelas en forma de “U” (que usaban los soldados para colgar sus utensilios), botonadura cruzada cinturón con hebilla, etc. La femenina adopta diversas formas y colores, lo que permite adaptarse a cualquier tipo de vestuario, excepto el empleado en ocasiones solemnes. El impermeable es una posibilidad más informal y juvenil, que también ofrece una amplia gama de modelos. Otra prenda tradicional para la lluvia, con un aire más deportivo, es la creada por John Barbour en 1890, más corta que la gabardina, en color verde oscuro, con cuello de pana y cierres a presión e inoxidables que complementan la cremallera. Es una prenda para ocasiones informales.

SÓLO PARA SPORT

La prenda de sport por antonomasia es el vaquero o el tejano, creado a mediados de XIV por Levis Strauss. Aunque su idea inicial era vender tiendas de campaña en california para los buscadores de oro, la mayor demanda de aquellos trabajadores eta de pantalones resistentes para su duro trabajo. Strauss los confeccionó con la misma lona destinada a las tiendas, y así surgió el que hoy es el pantalón más famoso del mundo. Posteriormente se le añadieron otros elementos, como los remaches de cobre, dando lugar al modelo que hoy se conoce.

Los pantalones vaqueros han alcanzado un éxito comercial enorme, por su comodidad, dureza y larga vida, hasta el punto de que hay algunos diseñadores los han incluido, en sus catálogos de alta costura. Aun así, el tejano es, y será siempre la imagen del atuendo informal. Es, por ejemplo, el único pantalón masculino que nunca ha de marcar raya.

Los caballeros pueden llevarlos con chaqueta, pero sólo en circunstancias y ambiente muy informales. En tal caso, son preferibles los colores oscuros y de corte sencillo.

Otra prenda de sport muy popular son los jerséis y chaquetas de punto. El jersey debe su nombre a una de las islas del Canal de La Mancha, en donde los marineros acostumbraban a llevar estas prendas, y se conoce también como suéter, del inglés “to sweater” (sudar), lo que indica su sentido y espíritu deportivo. Puede tener escote redondo, en pico, cuello cisne, o de barco, o bien no llevar mangas. El chaleco de punto puede ponerse bajo una chaqueta o un traje semi – formal, pero nunca en ocasiones solemnes o muy serias.

A estas prendas de sport se suman otras muchas, como los pantalones de pana, los de pitillo para las mujeres, pichis, las minifaldas muy cortas, bermudas, camisetas y los polos.

martes, 6 de octubre de 2009

EL VESTIDO, UNA SEGUNDA PIEL

La indumentaria tiene una gran transcendencia social, en la medida en que, dentro de su amplísima variedad, sirve para identificar, clasificar y jerarquizar a las personas. Aunque, según reza el dicho popular, el hábito no hace al monje, tampoco es menos cierto que, al primer golpe de vista, el traje transmite información muy abundante sobre quien lo lleva; su sexo, raza, profesión, posición social, gustos y preferencias, etc. Después de la propia palabra, el vestido es lo que más renovador resulta sobre la personalidad de cada uno. Como afirmaba Honoré de Balzac, en su Tratado de la vida elegante, “es un barniz que da relieve a todo”.

Los estudiosos del comportamiento humano han enumerado al menos tres razones para explicar la motivación que llevó al hombre a cubrir su cuerpo con pieles y ropajes: el pudor, la necesidad de protegerse del frio y el deseo de mejorar su apariencia externa. Si se observa el desarrollo histórico puede constatarse que, a medida que el hombre va dominando el entorno, cuya inclemencia en un principio pudo obligarle a abrigarse, la indumentaria pierde su papel protector y aumenta su característica de ornato. Pronto el hombre primitivo se dio cuenta de que podía cazar los animales no sólo para conseguir su carne sino también para cubrirse con sus pieles. Con la invención de la aguja con ojo, los trozos de piel animal comenzaron a ser cosidos y ajustados hasta formar con ellos una estructura adaptable al cuerpo. Así nace el vestido como complemento fundamental y desde entonces inseparable de la apariencia humana.

ELEGANCIA Y MODA

El concepto de elegancia sólo tiene sentido en un contexto cultural determinado, ya que el aspecto exterior que se considera correcto y elegante en un país árabe, por ejemplo, poco tiene que ver con el aconsejable en Australia.

La moda, entendida como la preferencia del gusto sobre la pura necesidad, había surgido en Europa a finales del siglo XIV. Hasta entonces las variaciones en las formas de las prendas tenían su origen en factores sociales o económicos, no estéticos. Con la moda comenzaron a producirse, de modo periódico cambios en los trajes, menos influidos por la necesidad que por la búsqueda de innovaciones estéticas. Consecuencia inevitable de ello fue el desarrollo de intereses comerciales que llevaron a efectuar alteraciones aceleradas y artificiales en los modelos para que todos los años hubiera razones que llevasen a comprar más prendas, aun teniendo las anteriores en perfecto estado.

El nacimiento de la alta costura en el periodo de entreguerras del siglo XX marcará el cénit de este fenómeno. Tras la segunda Guerra Mundial, con la invención de “prêt-à-porter” (listo para llevar, es decir, moda confeccionada industrialmente), las clases medias y populares acceden a la moda y, así, crece y se potencia un sector comercial que ha llegado hasta hoy pleno de vida.

Se han escrito infinidad de definiciones acerca de lo que debe entenderse por moda. Una de las más certeras es la acuñada por Lola Gavarrón, para quien la moda es la posibilidad de vestirse por placer y no por necesidad.

En términos generales no procede aconsejar que los dictados de la moda sean seguidos con rigidez, pues ello denotaría una pobre falta de criterio. Sin embargo, sería también un grave error pretender ignorarla, pues la moda es un reflejo de la forma de vida por la que la sociedad ha optado en cada momento. Lo recomendable es buscar equilibrio, fruto de una decisión personal, entre la elegancia y la naturalidad o sencillez. La moda señala unas líneas generales que es necesario conocer: tejidos recomendables, colores, estilos de corte de los vestidos…, pero después, cada persona ha de saber que prendas le convienen más, y cuáles no, de entre las que se consideran ajustadas a la moda.

Elegancia es una palabra que procede del término latino “elegans” que a su vez deriva del latín “eligere” o elegir. De acuerdo con esta etimología, la persona elegante es la que ha sabido elegir, entre todas las prendas posibles, aquellas que mejor le sientan o más le favorecen, las que disimulen los defectos y resalten las virtudes de su cuerpo.

Existen otras definiciones de elegancia que acentúan más la discreción del vestido. George (“Beau”) Brummel, el árbitro de la moda de la época victoriana, decía que una persona elegante es aquella que ha estado en un lugar concurrido de gente y nadie la puede recordar. Marcel Proust se refería a un concepto similar cuando escribió: “se podía hablar del silencio de la ropa, del maravilloso silencio del vestido, del momento en que el cuerpo y el vestido son uno sólo, cuando uno olvida completamente lo que lleva, cuando el vestido ya no habla y te sientes tan cómodo vestido como desnudo, ¿no será esa la elegancia, el olvido total de lo que llevamos puesto?”.

En tiempos más recientes, se ha dicho que un hombre bien vestido es aquel que tiene el aire de haber comprado su ropa inteligentemente, habérsela colocado con esmero, y después, haberse olvidado de ella.

En general, y como se puede ver en las definiciones anteriores, elegancia y moda son términos “hermanos” de otros como naturalidad, armonía, prudencia y buen gusto. Nunca será elegante una indumentaria que la mayoría de las personas juzguen como excéntrica, radical, o demasiado atrevida. Discreción y sencillez serán siempre preferibles a ostentación y exageración.

El buen gusto es, en principio, independiente de las posibilidades económicas de cada uno. Por ello, algunas personas consiguen con muy poco dinero una presencia mucho más elegante que otras que, aunque pueden adquirir prendas de elevado valor, no son capaces de elegir o combinar las que realmente favorezcan su imagen.

CONSEJOS GENERALES

1. Su ropa puede ser humilde, pero no se admite que esté sucia. Vestir una prenda sencilla, simple y barata, si se hace con estilo y dignidad, puede transmitir una imagen de la máxima elegancia, mientras que un traje carísimo sucio y arrugado da a entender que quien lo lleva es una persona descuidada y sin higiene.

2. Cuide la conservación de sus ropas, evite su deterioro progresivo y no se deje vencer por la pereza: sujete los botones que comienzan a soltarse, vigile el buen estado de las costuras, guarde las prendas en armarios o lugares adecuados y no deje que cojan vicios o malas formas.

3. Cambie de ropa con toda la frecuencia que le permitan sus posibilidades. En particular, las prendas que están en contacto directo con el cuerpo (camisas, ropa interior) deben cambiarse todos los días.

4. Lleve la ropa correctamente planchada. Las arrugas son una señal de carácter desordenado y torpe. Una persona con la tropa limpia, bien planchada y correctamente puesta dará la mejor de las sensaciones.

LA ADECUACIÓN A LAS CIRCUNSTANCIAS

Un sentido básico del saber estar nos indica que hay que vestirse de acuerdo a las circunstancias de cada ocasión. No es lo mismo acudir a una cena de gala ofrecida por una institución oficial que viajar un fin de semana al campo con un grupo de amigos.

Veamos algunas normas prácticas de carácter general:

- La oportunidad o inoportunidad de nuestra ropa transmitirá un mensaje de adaptación o inadaptación social. Quien acude a un lugar correctamente vestido manifiesta soltura y seguridad en sí mismo.

- Lo más importante es vestirse de acuerdo a la impresión que queramos transmitir. Todas las prendas llevan implícita alguna intención, sepamos escoger la que responda a nuestros deseos.

- Conviene que nuestro vestuario sea el más adecuado a la edad que tenemos y a las características de nuestra figura. Tenga en cuenta que no todos los modelos, diseños o colores están pensados para usted.

- Es preferible no llamar la atención y recurrir a colores más bien neutros y líneas sobrias. Así tendrá muchas más posibilidades de acertar.

- En ambientes de trabajo no se lleva vestuario informal, salvo que este sea precisamente el estilo de la empresa (lo que sucede en raras ocasiones). Casi siempre lo adecuado es mostrar una imagen neutra, prudente, incluso hasta cierto punto conservadora. Un trabajador no ha de ir a la oficina con un aspecto que llame la atención.

- Todos los complementos y detalles deben armonizar con el conjunto. No eche a perder un traje correctamente combinado con accesorios mal escogidos.

- En cuestión de colores, ante la menor duda, opte siempre por combinaciones clásicas y recuerde que está comúnmente aceptada una gradación según la cual los tonos más claros son apropiados para la mañana, los intermedios para el mediodía y la tarde, y los oscuros para la noche. Por lo general, según avanza el día, la ropa oscurece y se hace más formal.

- Si la invitación que recibe para un acto no indica el grado de formalidad requerido en el vestuario, llame y pregúntelo. Será preferible a presentarse en un lugar con exceso o defecto de etiqueta.

VESTUARIO INFORMAL

Hombre

Los caballeros pueden vestir con ropa de aire deportivo fuera del horario y dependencias laborales, en fines de semana o en otras circunstancias en que esté permitido o recomendado vestir informalmente. Pero ello no implica en ningún caso descuido, falta de limpieza o desarreglo general. El vestuario informal masculino se identifica por la ausencia de corbata, las chaquetas de punto o cazadoras, y los pantalones de pana o incluso de corte tejano. La camisa de sport es de cuadros, colores vivos o estampada, pudiendo también emplearse en su lugar niquis o camisetas de algodón.

Mujer

Vale para ella todo lo antes dicho, y además se permite un amplio abanico de posibilidades con vestidos desenfadados o faldas informales. El pantalón vaquero es en la mujer el máximo grado de informalidad, por lo que debe ser utilizado con plena conciencia de la situación. Los grandes bolsos de bandolera son otro de los signos de vestuario femenino de sport. La informalidad en la indumentaria femenina se distingue de manera especial en el ámbito del calzado y los complementos (bolsos, pañuelos, joyas), y en el propio estilo del maquillaje.

VESTUARIO SEMI - FORMAL

Hombre

Llevaran chaqueta y pantalón bien combinados, con camisa lisa y zapatos negros o muy oscuros. Según las circunstancias, la corbata puede ser o no necesaria; con ella, la imagen que se ofrece es ya casi la misma del traje formal; sin ella, el aspecto es claramente informal. Si se lleva chaleco, puede ser de punto.

Mujer

Sirve tanto el traje de chaqueta como el traje de sastre bien combinado, o incluso el traje pantalón adecuando la blusa al grado de formalidad de cada ocasión. De optar por un vestido, el corte será sobrio y la tela con empaque. Las medias deben ser finas y el bolso no demasiado grande (aunque se admiten bandoleras)

VESTUARIO FORMAL

Hombre

Traje de color oscuro (azul marino o gris son los clásicos), con camisa blanca o muy clara y corbata bien combinada. Zapatos negros, con cordones. No confundir con los trajes de etiqueta (frac, chaqué y smoking) que se explican a parte.

Mujer

Traje de chaqueta de vestir o vestido tipo coctel con el largo en torno a la rodilla; en función de la moda del momento se enriquecerá en tejido, línea o adornos. La media, fina, puede ser oscura y el bolso será de tipo cartera.


En la actualidad, los usos sociales tienden a que la mayoría de las reuniones no sean excesivamente formales pero si, al llegar al lugar de la cita le sorprende un ambiente que no esperaba (por exceso o por defecto), procure no obsesionarse porque su incomodidad puede despertar la de los demás.

En previsión del posible desfase, recuerde que es mejor excederse en formalidad que en informalidad; en último caso, siempre caben pequeñas adaptaciones de última hora: quítese la corbata, como si hubiera salido sin ella, o cambie la chaqueta por otra de punto que lleve en el coche (el hombre); despréndase del collar de perlas y colóquese un pañuelo de mucho colorido que lleve guardado en el bolso (la mujer)

EL TRAJE MASCULINO Y EL TRAJE FEMENINO

Según explica James Laver, durante toda su historia el traje ha seguido dos líneas distintas de desarrollo, una de ellas basada en los diversos grados con que el traje se ha ceñido al cuerpo humano, dando lugar a líneas drapeadas o ajustadas, y otra, marcada por el sexo y que ha diferenciado unas prendas como netamente masculinas y otras como exclusivas de la mujer, dicotomía que tiene su ejemplo más claro en la diferencia entre faldas y pantalones.

En la vida real, la mayor parte de las tipologías son mixtas. De hecho, en la antigua Grecia
Tanto hombres como mujeres portaban indistintamente largas túnicas drapeadas y en la época moderna, los pantalones, en otro tiempo permitidos con exclusividad a los hombres, se han popularizado entre las mujeres de todas las edades, sin restricción de ningún tipo.

La diferenciación sexual se manifestó en todas las modificaciones que se fueron produciendo históricamente en la forma de las prendas. Cuando aparecen los trajes abiertos y abotonados en el delantero, lo primero que se aprecia es que las mujeres se los abotonan de derecha a izquierda, en tanto que los hombres lo hacen en sentido inverso. La explicación tradicional de esta divergencia, que se mantiene hoy en día, radica en que la mujer solía colocarse el niño de pecho sobre el brazo izquierdo, debía guardar libre la mano derecha para abrir fácilmente el corpiño y así poder alimentar a su hijo, mientras que por el contrario el hombre debía tener libre la mano derecha para coger la espada, que se colocaba a la izquierda. Aunque antes había una rotunda distinción entre la vestimenta masculina y femenina, hoy en día, sin que pierda masculinidad el hombre ni feminidad la mujer, se han difundido prendas de vestir unisex, especialmente en la ropa informal, llegando a su máxima expresión en las camisetas deportivas. Al mismo tiempo, el hombre ha recuperado la preocupación por su indumentaria, lo que durante décadas se consideró solo propio del género femenino.

El traje masculino

Tanto sus componentes básicos como su forma han experimentado muy escasas variaciones en los últimos cien años. Se han producido cambios puntuales en el largo de las chaquetas, en el ancho de las solapas y en algunos otros detalles de escasa relevancia, pero la estructura fundamental y el concepto de la prenda han permanecido inalterados. Yves Saint Laurent, el gran modisto argelino afincado en Francia, dijo en una ocasión refiriéndose a la indumentaria masculina: “entre 1930 y 1936 se creó un conjunto de líneas básicas que aún prevalece hoy en día como una especie de escala de expresión, dentro de la cual todo hombre puede proyectar su propio estilo y personalidad”.

Originariamente el traje constaba de tres piezas; chaqueta, chaleco y pantalón. El chaleco tenía como misión reforzar la protección de la chaqueta contra el frio, por lo que la calefacción de despachos modernos casi ha acabado con él. De todos modos un buen raje con chaleco es una prenda de la máxima elegancia. La chaqueta, pieza principal, se confecciona básicamente conforme a dos patrones distintos: con botonadura cruzada (también se dice “de dos filas”) o sin cruzar (“de una fila”). Por su parte el pantalón se ha mantenido largo, de la cintura al tobillo.

El traje masculino se complementa con la camisa de manga larga y se leva siempre con corbata, de la que sólo se prescinde en ocasiones o ambientes informales.

El traje femenino

Su prenda característica, y en la cultura occidental casi exclusiva, es la falda, cuya longitud oscila desde hace años en torno a la rodilla, manteniendo una anchura comedida, más bien recta, envolviendo caderas y muslos. En cualquier caso las líneas del vestuario femenino cambian prácticamente todos los años.

La falda se complementa con una chaqueta y guarda similitud con la masculina y que ha copiado de ella, a veces exagerándolos, detalles como el de las hombreras. La chaqueta femenina presenta, sin embargo una mayor variedad de interpretaciones como puede ser la ausencia de cuellos o el acortamiento del cuerpo casi hasta la cintura, así como el añadido de adornos o el subrayado de los botones.

El traje más tradicional, conocido también como “traje de chaqueta”, es el que combina chaqueta y falda. Otra combinación posible en el traje femenino es la de chaqueta y pantalón, aunque se la suele considerar más informal que la anterior.

Con los trajes, la mujer puede llevar camisas, muy semejantes a las de los hombres, o blusas, que se distinguen tanto por su forma (en los cuellos o en su ausencia, en las mangas, en el corte ajustado al talle) como por la variedad de colores y tejidos de su confección. El uso de la falda implica el de medias para vestir las piernas.

Cuando la falda va unida al cuerpo del traje, formando un todo, se denomina “vestido”, y puede llevarse solo o acompañado de una chaqueta del mismo materia y color o adecuadamente combinada.

sábado, 3 de octubre de 2009

LOS GESTOS

En tiempos de los romanos el término “imagen” designaba la mascarilla de cera que los familiares del difunto conservaban con una reproducción de su rostro. Ciertamente, el significado de la palabra no ha variado de modo sustancial, pues con ella seguimos identificando la representación o idea que se tiene de una persona, entidad o producto.

La expresión imagen personal es mucho más amplia que el simple concepto de vestido, pues hace referencia también al conjunto de los rasgos físicos, los gestos, los movimientos, el estilo de caminar, el tono de voz, la forma de mirar, etcétera.

Desde luego, esta es una noción sumamente relativa, pues cada persona se forma su propia imagen, distinta a la que tiene los demás, ante un mismo individuo u objeto.

En todo caso, y de ahí su importancia, la imagen es el primer mensaje de la comunicación entre las personas. Cuando un individuo se presenta ante la vista de otros, mucho antes de pronunciar una sola palabra ha transmitido ya a los demás una infinidad de datos e ideas. Aunque no seamos muy conscientes de ello, todos proyectamos nuestra personalidad a través de la imagen. Multitud de rasgos identificativos, como la cultura, la capacidad de iniciativa o los gustos y preferencias, se revelan con inequívoca claridad en la ropa que vestimos, en la manera de caminar o de movernos, en los gestos más cotidianos y en un sinfín de detalles similares.

LA PRIMERA IMPRESIÓN

Se suele decir que el periodo más critico en el primer encuentro son los primeros cuatro o cinco minutos iniciales. Las impresiones formadas en este tiempo tenderán a persistir e incluso a ser reforzadas por el comportamiento posterior al sujeto, que no será interpretado ya objetivamente sino conforme a dichas primeras valoraciones.

La importancia de la primera impresión que nos causan los demás es decisiva, pues crea en nuestra mente una representación que se convierte en un verdadero prejuicio difícil de modificar. Todos asociamos la imagen de cada persona con ciertos juicios o valores, de modo que nuestro inconsciente genera una especie de filtro que nos hace receptivos a los datos que coincidan con esa imagen y refractarios frente a los que no correspondan a tal esquema. Como reza sabiamente una máxima muy antigua: “nunca se tiene una segunda oportunidad de dar una primera impresión favorable”

Ser uno mismo

Una buena imagen es la que nos sienta bien. Por tanto la primera regla es la subjetividad: lo que para unos resulta atractivo o elegante; para otros puede ser un elemento distorsionador o grotesco. La segunda regla es la sinceridad con uno mismo: de nada sirve pretender ocultar o negar los rasgos fundamentales de nuestro físico o de nuestro carácter. Una persona calva, de estatura baja o talle grueso no será por ello menos atractiva que otras que sean de largos cabellos, altas o delgadas. Otros muchos factores (singularmente, el carácter, el estilo y la forma de hablar y de comportarse) serán los que compongan el cuadro completo de su imagen personal. Hay quienes tienen una envidiable capacidad para convertir los defectos en virtudes.

La manera más segura para que los demás juzguen de forma negativa durante los primeros minutos es sentirse mal consigo mismo. A la inversa, el punto de partida para garantizar un rápida y favorable primera impresión es estar a gusto con uno mismo.

Las apariencias no engañan

La gente le toma a uno por lo que aparenta, de modo que, en principio, no es lógico pretender que nos consideren un caballero si, por ejemplo, vestimos desaliñadamente. Oscar Wilde, con su extremismo característico, llegó a escribir que “solo un imbécil no juzga por las apariencias”.

A pesar de que es habitual encontrarse con máximas que insisten en que lo único que cuenta es la belleza interior, la investigación sugiere que la belleza exterior o atractivo físico desempeña un papel muy influyente en las reacciones que se producen en los encuentros personales. En un primer momento, reaccionamos de un modo más positivo ante aquellas personas que percibimos como más simpáticas y atrayentes.

Se sabe también que algunos de los mayores triunfos en el mundo de los negocios corresponden a hombres que, además de sus conocimientos, poseen la capacidad de comunicarse bien y de saber vender tanto sus ideas como su personalidad.

El siglo de la imagen

El “boom” de la publicidad masiva, que se originó en estados Unidos en los años sesenta y que se tradujo en que todas las empresas estimulasen las ventas de sus productos a través de la capacidad de seducción de la imagen, hizo recobrar vigencia al viejo proverbio chino de que “una imagen vale más que mil palabras”. En la actualidad no sólo se venden coches y lavadoras asociando su imagen a la de mujeres y hombres hermosos, sino que hasta los líderes políticos y sociales basan una buena parte de su éxito en cuidadosos estudios de empresas especializadas que les indican cómo deben vestir y cuáles han de ser sus gestos ante los distintos auditorios. Se ha dicho, con mucha razón, que el siglo XX es el siglo de la imagen.

En una sociedad tan competitiva como la contemporánea, la capacidad para ejercer una influencia sobre los demás es un requisito mínimo para todo aquel que aspire a ejercer cualquier clase de liderazgo. El carisma, entendido como poder de comunicación y seducción, es lo que ha caracterizado s los grandes personajes históricos desde Alejandro Magno a John F. Kennedy.

Es verdad que existen valores mucho más transcendentes en el hombre que los puramente formales. Decía Don Quijote a su escudero “advierte, Sancho, que hay dos maneras de hermosuras;: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena conducta, y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo, y cuando se pone la mira en esta hermosura y no en la del cuerpo suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas”.

En todo caso hay que saber ajustar el impacto que crea nuestra imagen y lo que queremos conseguir. No debe olvidarse que la originalidad tiene un precio: salvo en casos excepcionales, a los que la sociedad da una licencia singular (artistas, personajes públicos, etc.), el comportamiento raro y poco común genera habitualmente tensión y antipatía más que admiración.

COHERENCIA Y CREDIBILIDAD

Para mejorar la eficacia de los contactos con otras personas hay que partir de una ley fundamental: la que aconseja mantener una coherencia entre los tres canales de información que se utilizan al transmitir cualquier mensaje. La apariencia exterior, la voz (su tono y modulación) y las propias palabras pronunciadas son tres instrumentos que deben apoyarse entre sí. Cuando uno de ellos no está armonizado con el resto, el resultado puede ser un doble mensaje que sitúa al oyente en una difícil disyuntiva: la de creer en lo que se dijo o en como se dijo. Algunos estudios han demostrado que muchas personas tienden a creer más en la expresión corporal y en el tono de voz que en lo que se les dice.

Un buen ejemplo de la adecuación al medio lo suelen dar algunos políticos: sus palabras, pero también las inflexiones de su voz, los gestos y hasta la indumentaria si se van a entrevistar con un grupo de trabajadores, son bien distintos de los que escogen para defender su programa económico en una asociación de empresarios.

EL UNIVERSO GESTUAL

El lenguaje no verbal es un conjunto de hábitos que se adquieren y desarrollan de forma progresiva desde la infancia y que se manifiestan después en una amplia serie de reacciones automáticas y reflejas, tales como posturas, gestos, el propio modo de caminar, y otras similares.

La mayoría de la gente no se da cuenta de lo mucho que utiliza el lenguaje no verbal a la hora de comunicarse con otras personas, sino que lo emplea inconscientemente.
Muchos individuos que no responden a los cánones de belleza y atractivo físico mayoritariamente aceptados por la sociedad, pueden tener un encanto personal y una capacidad de seducción muy superior a otros, bellos en su apariencia exterior pero sosos o antipáticos en su trato. Esto se consigue, en una buena medida, con un lenguaje corporal agradable.

Los gestos suelen ser un reflejo de sinceridad. De hecho, es bastante difícil engañar a alguien que esté preparado para interpretar el lenguaje no verbal. Sigmund Freud escribió al respecto “aquel que tenga ojos para ver y oídos para escuchar, se dará cuenta de que ningún mortal es capaz de guardar un secreto. Aunque sus labios permanezcan cerrados, hablaran con las puntas de los dedos, todos sus poros rezumarán traición”. Es fácil mentir con la palabra, pero resulta mucho más complicado hacerlo con el cuerpo.

La expresividad gestual, mesurada y prudente es un síntoma de buena salud. A la inversa, las personas deprimidas tienen una expresión fácil triste y una gran pobreza de movimiento en todo el cuerpo. Los gestos deben ser abiertos y comunicativos, pero sin excederse y sin llegar al extremo de resultar artificiales y afectados.

Los nervios y la ansiedad producen una exageración de los gestos que transmite una negativa imagen. Una persona nerviosa tiende a jugar con todo lo que le cae en las manos: bolígrafos, cigarrillos, encendedores… se manosea el cabello, coge invisibles motas de la solapa de la chaqueta, se muerde las uñas… todo esto para desplazar tensiones interiores. En su Tratado de deberes, cicerón dictaba el siguiente consejo: “al estar quietos, al andar, al sentarse a la mesa, el gesto, la mirada, el rostro deben conservarse siempre con decoro y dignidad”.

Para mejorar su imagen, evite los movimientos constantes al hablar, muchas veces nos entregamos animadamente a una conversación y no prestamos atención a ese lenguaje silencioso pero tan visible de los gestos. Ser consciente del mismo es una cuestión de entrenamiento: obsérvese mientras habla, trate entonces de evitar los ademanes y sobre todo, aprenda a relajarse.

Lenguaje universal

La mayor parte de los gestos básicos de la comunicación son los mismos en todo el mundo. Cuando la gente se siente feliz, sonríe, cuando está triste o enfadada, frunce el ceño. Otros ejemplos: inclinar la cabeza en señal de acuerdo, agitar el puño para expresar cólera o amenaza, aplaudir para aprobar, levantar la mano para llamar la atención, bostezar como expresión de aburrimiento, ondear la mano cuando se deja un lugar, frotarse las manos para indicar frio, bajar los pulgares en señal de desaprobación, dar palmadas en la espalda para animar a alguien o tocarse el estomago es señal de hambre.

En las culturas mediterráneas y de Oriente Medio, la frecuencia de la gesticulación es considerada exuberante, pasional y excesiva por parte de las civilizaciones del norte de Europa, que siguen normas de reserva y compostura. Por su parte, un japonés bien educado aprende desde niño a no sostener la mirada y la mantiene baja, provocando así el malestar de sus interlocutores europeos, que miden la franqueza de la relación por la fijeza en las miradas.

Todos los gestos deben considerarse dentro del contexto en que se producen. El lenguaje corporal que sería aceptable en una fiesta animada resulta claramente inapropiado para una reunión de negocios.

EL ROSTRO

Mucha de nuestra información sobre los estados emocionales de otras personas la obtenemos a partir de las expresiones de sus caras, primer lugar a donde miramos al conocer o saludar a alguien. Su actitud hacia nosotros se verá con claridad según el gesto de su rostro: placer o desagrado, interés o aburrimiento, miedo o enfado, sorpresa, disgusto, cólera, felicidad, tristeza…

La cara seguirá siendo el centro de la atención del otro cuando se inicie la conversación. Recuerde, por ello, que los gestos exagerados, los movimientos demasiado rápidos y las contracciones constantes del rostro no siempre dan énfasis a lo que estamos expresando, muchas veces demuestran poco control de nosotros mismos y revelan mala educación.

La mejor literatura universal está plagada de citas sobre la relevancia expresiva de la cara. “Vuestro rostro, mi señor, es un libro donde los hombres pueden leer extrañas cosas”, puso el inmortal Shakespeare en boca de Macbeth.

En casi todas las partes del mundo, mover la cabeza de arriba abajo significa acuerdo, aprobación o afirmación. Asentir con ella es el mejor modo que tenemos de demostrar que estamos prestando atención a lo que dice otra persona.

Mantener la cabeza alta y ligeramente inclinada hacia atrás suele manifestar una actitud alterna e incluso agresiva. Llevarla baja, por el contrario, suele interpretarse como sumisión, humildad e incluso depresión.

No frunza el ceño. Le creará arrugas y quizás aumente sus jaquecas. Si tiene el entrecejo fruncido o mira de soslayo, puede parecer que está enfadado, enojado o de mal humor.

Se interpreta que quien mantiene los dedos sobre los labios proyecta una imagen de falta de seguridad, quien se rasca el cuello manifiesta duda o incertidumbre, quien despega el cuello de su camisa trata de no sentirse incomodo y posiblemente esté provocando una situación engañosa, o quien se da una palmada en la frente acaba de darse cuenta de un olvido. Todos tenemos registradas mentalmente muchas de estas interpretaciones y si vemos a una persona que nos escucha ladeando ligeramente su cabeza recibiremos un signo de interés; si su pulgar aguanta la barbilla y el índice sostiene la mejilla pensaremos que tiene una actitud analítica; y si se acaricia el mentón, que esta sospesando algo, quizás antes de tomar una decisión.

En suma, lo correcto es mostrar animación en las expresiones faciales, dejando que nuestra cara refleje interés. Aunque todo exceso es malo, es preferible que las expresiones faciales sean vivaces y abiertas en lugar de muy controladas y frías.

RISA Y SONRISA

En la gran mayoría de las situaciones sociales, la sonrisa es una señal con un contenido fuerte y positivo. Por supuesto, también existen sonrisas que denotan inseguridad, engaño e incluso amenaza. Hay sonrisas sarcásticas, burlonas, cariñosas, comerciales… el panorama es aún más amplio, pues este es un gesto cuya gama de posibles intensidades oscila desde la sonrisa breve y tímida hasta la risa abierta o la carcajada sonora.

Es obvio que no siempre resulta correcto emplear las formas más fuertes de sonrisa, sino que habrá que utilizar la que sea más apropiada para cada ocasión. Sonreír inadecuadamente puede crear una impresión tan negativa como no sonreír en absoluto. El sentido de la medida será el que aconseje el estilo adecuado para resolver cada situación, aunque si podemos decir que en las primeras conversaciones son preferibles sonrisas discretas y sencillas. La verdadera sonrisa de acogida amistosa es la que se transmite “con los ojos”. La mayoría de las personas devuelven la sonrisa de saludo y probablemente, los encuentros duraran más de lo que hubiera durado sin ella. La razón evidente: todos tendemos a prolongar las actividades placenteras y a abreviar las desagradables.

A la gente que sonríe se la considera más atractiva que a la que no sonríe. Además, estas personas tiene una credibilidad mucho mayor que la de quienes no muestran expresión facial alguna.

La sonrisa es uno de los fundamentos de la conducta cortés, es contagiosa, levanta el ánimo y es un amortiguador importante frente a la agresión.

La risa es un atributo del ser humano que denota un trato cordial y espontaneo y abre vías de comunicación. Sin embargo, es una manifestación que hay que moderar y ejercer con prudencia. Está bien reírse en una reunión informal, pero en una oficial, si alguien dice algo gracioso es mejor sonreír con discreción, pues las carcajadas ruidosas pueden considerarse fuera de lugar, pudiendo además derivar en molestos ataques de tos.

Algunas personas se ríen nerviosamente a menudo, sin darse cuenta o cuando se sienten incomodas, en un gesto que puede resultar de difícil control. Dado que una risa inoportuna puede tener un efecto devastador, en estos casos es conveniente respirar hondo y pausadamente y hacer un esfuerzo por desviar la atención del problema hasta dominar la situación.

La sonrisa ayuda a dar una bella expresión al rostro, pero debe ser franca, nunca equivoca. Una sonrisa reprimida puede suscitar desconfianza y ser interpretada como una crítica irónica. Sonría como quien extiende una mano amistosa y no se siente capaz de ello, antes de ofrecer un gesto forzado que acabará por notarse, sustituya esa sonrisa por una palabra amable.