La primera norma de educación para el invitado es la puntualidad: llegar a la hora convenida o anunciada. No se debe llegar demasiado pronto, lo que podría sorprender a los anfitriones u organizadores aún en medio de los últimos preparativos, ni, por supuesto, acudir tarde. La demora tiene que ser convincentemente justificada si supera los diez minutos cuando el que espera es una sola persona o el encuentro tiene un horario establecido para un grupo amplio (por ejemplo, una ceremonia).
Hacer esperar a los demás es una falta de educación más grave de lo que, apoyándose indebidamente en una supuesta fama de las costumbres españolas, se puede pensar.
La impuntualidad significa poco menos que despreciar a quienes nos esperan. La disculpa por el retraso se manifestará nada más llegar y justo a continuación del primer saludo.
Para quien recibe solo es obligado esperar esos minutos, diez o a lo sumo quince, llamados “de cortesía”, a partir de los cueles el resto de los invitados pueden considerarse liberados de la espera y, restando importancia a la ausencia de quien no ha llegado, comenzar la reunión.
Hacer esperar a los demás es una falta de educación más grave de lo que, apoyándose indebidamente en una supuesta fama de las costumbres españolas, se puede pensar.
La impuntualidad significa poco menos que despreciar a quienes nos esperan. La disculpa por el retraso se manifestará nada más llegar y justo a continuación del primer saludo.
Para quien recibe solo es obligado esperar esos minutos, diez o a lo sumo quince, llamados “de cortesía”, a partir de los cueles el resto de los invitados pueden considerarse liberados de la espera y, restando importancia a la ausencia de quien no ha llegado, comenzar la reunión.