La visita es una forma típica de relación social en la que una o varias personas acuden al domicilio de otra u otras con la expresa finalidad deberse, mantener una conversación o pasar un tiempo en su compañía. El ceremonial de la visita corresponde a épocas en que la vida era menos ajetreada que en la actualidad.
Muchas mujeres, que por entonces no trabajaban fuera de su hogar, encontraban al finalizar sus ocupaciones domesticas tiempo para hacer o recibir visitas. Éstas llegaron a constituir un rito social constante. La propia distribución de las viviendas, sobre todo en el caso de las familias acomodadas, estaba pensada en función del flujo continuo de visitas. En cualquier hogar de alta o mediaba burguesía, la mejor habitación, la más amplia y la de mejor acceso se destinaba a la sala de recibir. Incluso la señora de la casa tenía establecidos y difundía entre sus amistades las horas y los días en los que “recibía”.
Como explica Oheim en du Guía de la vida social, en las primeras décadas del siglo XX, cuando un alto funcionario, médico o industrial cambiaba su ciudad de residencia debía iniciar una serie de “visitas de cumplido” a sus colegas y a los personajes influyentes del lugar. Si estos no se encontraban en sus hogares, el visitante dejaba su tarjeta como testimonio (he aquí el origen de la expresión “tarjetas de visita” que se ha mantenido hasta hoy); de acuerdo con la tradición, entregar la tarjeta a la servidumbre al pasar por una casa cuyos titulares se hallasen ausentes suponía dar por realizada la visita y haber cumplido con el compromiso social. A su vez, los visitados debían devolver el gesto antes de dos semanas. Una vez atendidos todos los requisitos, la gente ya daba por supuesto que se conocía como para tratarse con normalidad.
Hoy en día se hacen ya muy pocas visitas de cumplido. En su mayor parte fueron sustituidas por formulas más relajadas y voluntarias como citarse para tomar un café o una copa, cenar o asistir al cine o al teatro. Nuestra forma de vida, e incluso nuestro propio concepto de la amistad, han cambiado mucho con el paso de los años y tiene ya poco que ver con lo que se consideraba correcto en el siglo pasado. La mejor habitación de la casa la destinamos a “estar”, a vivir en ella con mayores comodidades. Lo que en otro tiempo era obligado ritual de urbanidad, hacer o recibir visitas, sólo lo practicamos hoy con los verdaderos amigos.
Muchas mujeres, que por entonces no trabajaban fuera de su hogar, encontraban al finalizar sus ocupaciones domesticas tiempo para hacer o recibir visitas. Éstas llegaron a constituir un rito social constante. La propia distribución de las viviendas, sobre todo en el caso de las familias acomodadas, estaba pensada en función del flujo continuo de visitas. En cualquier hogar de alta o mediaba burguesía, la mejor habitación, la más amplia y la de mejor acceso se destinaba a la sala de recibir. Incluso la señora de la casa tenía establecidos y difundía entre sus amistades las horas y los días en los que “recibía”.
Como explica Oheim en du Guía de la vida social, en las primeras décadas del siglo XX, cuando un alto funcionario, médico o industrial cambiaba su ciudad de residencia debía iniciar una serie de “visitas de cumplido” a sus colegas y a los personajes influyentes del lugar. Si estos no se encontraban en sus hogares, el visitante dejaba su tarjeta como testimonio (he aquí el origen de la expresión “tarjetas de visita” que se ha mantenido hasta hoy); de acuerdo con la tradición, entregar la tarjeta a la servidumbre al pasar por una casa cuyos titulares se hallasen ausentes suponía dar por realizada la visita y haber cumplido con el compromiso social. A su vez, los visitados debían devolver el gesto antes de dos semanas. Una vez atendidos todos los requisitos, la gente ya daba por supuesto que se conocía como para tratarse con normalidad.
Hoy en día se hacen ya muy pocas visitas de cumplido. En su mayor parte fueron sustituidas por formulas más relajadas y voluntarias como citarse para tomar un café o una copa, cenar o asistir al cine o al teatro. Nuestra forma de vida, e incluso nuestro propio concepto de la amistad, han cambiado mucho con el paso de los años y tiene ya poco que ver con lo que se consideraba correcto en el siglo pasado. La mejor habitación de la casa la destinamos a “estar”, a vivir en ella con mayores comodidades. Lo que en otro tiempo era obligado ritual de urbanidad, hacer o recibir visitas, sólo lo practicamos hoy con los verdaderos amigos.