martes, 27 de octubre de 2009

LOS COMPLEMENTOS

Las prendas básicas del vestuario masculino y femenino se complementan con una serie de accesorios, imprescindibles algunos (el calzado), útiles otros (el bolso femenino, los paraguas), o simplemente ornamentales (las joyas). Si se combinan de manera adecuada, permiten resaltar la imagen de una persona y mejorar sustancialmente si aspecto ante los demás. Los complementos son, por otra parte, elementos que expresan, con más nitidez que la indumentaria principal, el buen gusto, el detallismo y las preferencias estéticas de quien los lleva

EL CALZADO

Más que un complemento, el calzado es un elemento imprescindible en el vestuario tanto masculino como femenino. Utilizado desde los tiempos primitivos, hasta el siglo XIX fue elaborado artesanalmente y su evolución histórica responde a un proceso de progresiva reducción de altura: de las botas altas, posibilidad antes casi única, se pasó a zapatos de hebilla y, en general, a modelos más bajos y discretos.

En el calzado masculino actual, los modelos serios y clásicos son los zapatos negros, cerrados hasta el tobillo, con cordones y suela muy delgada. Una variedad también admitida como formal son los que llevan una serie de agujeros en la parte delantera, y a veces en los laterales, vestigio histórico de su curioso origen (los puso de moda la reina Victoria cuando comenzó a ir de caza a Escocia: por los agujeros entraba y salía el agua de los pantanos por los que se caminaba).

Los zapatos más deportivos son los conocidos como náuticos, sólo admisibles en atuendos informales. En el extremo opuesto se encuentran el escarpín o mocasín de salón, de charol y con lazada, que se utiliza únicamente con trajes de etiqueta.

El calzado masculino tiene una muy reducida variedad de diseños. Para una ocasión formal, necesariamente habrá que vestir zapatos negros, lisos y finos. Los modelos gruesos, de altas suelas de goma, sólo son validos para días muy lluviosos de invierno. Cualquier elemento decorativo (hebillas, costuras en los laterales, etc.) supone un rasgo de relativa informalidad, mayor cuanto más llamativo sea aquel. El color marrón puede combinarse alguna vez con el traje, pero siempre será menos formal que el negro. El granate es otro de los pocos colores disponibles en calzado masculino. Las zapatillas deportivas son exactamente eso: prendas para hacer deporte, no de vestir; sólo en casos muy concretos, en momentos de ocio, podrían llevarse con un pantalón tejano (y, en tal circunstancia, recuerde que os calcetines, si los emplea, también han de ser de sport).

Los zapatos de mujer, como todas las prendas femeninas, tiene una variedad mucho mayor. De entrada los hay de todos los colores, diseños y materiales. Y un elemento que le es exclusivo es el tacón, que puede ser alto, medio o muy bajo. Los modelos con talón abierto, y en general cualquier clase de sandalias, no son apropiados para ocasiones formales. Por su diversidad de modelos y colores, los zapatos femeninos son una prenda más, visible y en ocasiones protagonista, que debe ser combinada con acierto con las restantes prendas que viste la mujer.

Aunque parezca innecesario decirlo, hay que insistir en la obligación de llevar el calzado siempre muy limpio. Los zapatos están en contacto continuo con el suelo, reciben golpes, pisan a veces en agua y es muy fácil que se ensucien. De nada sirve llevar un traje impecable si el calzado está sucio. Hay que prestar un especial esfuerzo a la limpieza de los zapatos.

BOLSOS

Fue en los años veinte del siglo pasado cuando se generalizó el uso del bolso como complemento fundamental de la indumentaria femenina. Desde entonces, los avatares de la moda le hicieron experimentar toda clase de modificaciones: en los años 30 se llevaron las carteras (planas y sin asa) en los 40 las bandoleras, en los 50 el asa corta y los materiales sintéticos (hasta entonces sólo se empleaban de piel), en los 60 hubo una revolución de formas y colores, en los 70 se difundieron los bolsos estampados, en los 80 surgen las riñoneras y en los 90 se llegan a utilizar diseños copiados de las mochilas escolares.

Aunque esporádicamente y de manera excepcional los ha usado el hombre, el bolso es un complemento típico y fundamental del atuendo femenino, aunque cada día más extendido en el sexo masculino. Debe ir coordinado con la ropa, y sobre todo con el calzado, con el que es aconsejable que coincida tanto en tipo de piel como en color.

Se acepta de manera general que el tamaño del bolso es proporcional a la formalidad de la indumentaria, siendo los más grandes apropiados solo para ropa de sport.

La comodidad de las bandoleras ha acabado imponiendo su larga asa también a algunos modelos de vestir, pero en tales casos el asa debe ser muy fina o bien sustituida por un cordón de pasamanería, unas cadenas de metal, etc. Los modelos de vestir más frecuentes son derivados del “trousseau” que los franceses pusieron de moda a principios de siglo y que eran pequeños bolsos en forma de caja, realizados en carey, aunque después se fabricaron también en otros materiales, sobre todo en metales. Otros bolsos típicos de etiqueta son los que tiene forma de limosneras.

Aunque hay una norma no escrita según la cual el bolso de una mujer es un territorio privado en el que nadie puede revolver salvo su dueña, ese territorio debe llevarse siempre lo más ordenado posible.

PAÑUELOS

El pañuelo de nariz ha sido un signo de distinción desde el siglo XVI, cuando Erasmo escribía que “limpiársela nariz con la manga es tosco”. En cinco siglos, la pieza ha cambiado poco y los más elegantes siguen siendo los blancos de lino o hilo fino rematados a mano.

El pañuelo puede llevarse doblado, en cuadrado o en pico, en el bolso del pantalón. Cuando se utiliza como adorno, en el bolso superior de la chaqueta, puede tomar diversas formas que se expusieron al tratar sobre la chaqueta masculina.

Los pañuelos de papel han sustituido en muchos casos al femenino, y cada vez más al masculino, pero nunca serán tan formales como un buen pañuelo de tejido natural. Los femeninos se distinguen de los masculinos por su menor tamaño, por su tela más suave y por la mayor libertad de diseño, que les permite incluso lucir encajes y bordados.

Además del utilizado para las tareas higiénicas, entre los complementos hay otro pañuelo llamado “de cuello”, que fue el antecedente de la corbata. El pañuelo de cuello dominó la moda masculina del siglo XIX con normas estrictas sobre los colores, el tamaño, la tela, y sobre todo, la forma de anudarlos. Pese a su origen de complemento indispensable del buen vestir, los pocos pañuelos de cuello masculino que hoy se ven, se llevan con cierto desenfado sujetándolos con un medio nudo que hace que un lateral cuelgue sobre el otro, metiendo ambos extremos por el delantero de una camisa con el cuello abierto y aire de sport.

La mujer sin embargo, ha empleado el pañuelo grande o de vestir con mayor profusión para ponérselo al cuello, a la cabeza o como adorno del traje o del bolso. Estos pañuelos accesorios, que suelen denominarse también con la palabra francesa “foulard”, deben llevarse siempre sin arrugas ni marcas de dobleces y en colores y diseños que combinen con la ropa y el resto del atuendo.

El pañuelo de cuello masculino será preferentemente de seda natural gruesa, mientras que para los modelos femeninos se admite una mayor diversidad de materiales, de la gasa al algodón.

BUFANDAS

Las bufandas de punto de lana solo combinan con prendas de sport, las de tejido de lana, que a veces van forradas en seda, pueden llevarse con las gabardinas y los abrigos de la indumentaria urbana más formal, tanto de hombres como de mujeres, mientras que con el traje de etiqueta masculino, la bufanda, si se decide usar, será de seda blanca.

En cualquier caso, la bufanda debe quitarse antes o al mismo tiempo que la prenda exterior y nunca se dejará puesta tras deshacerse del abrigo.

SOMBREROS

Hubo un tiempo en el que el sombrero era una clara señal de posición social, y una cabeza descubierta algo poco común. Hoy en día apenas se recurre ya a esta prenda, que la moda trata de vez en cuando de volver a imponer, sobre todo en el atuendo femenino.

Entre las formas masculinas más clásicas y que hoy prácticamente ya no se ven, ni aun con trajes de etiqueta, se encuentra el sombrero de copa que nació en Londres en el siglo XVIII. Otro clásico, prototipo del hombre de negocios británico, es el bombín. Pero ambos son poco habituales en nuestro tiempo. El sombrero que más se ve es el circular de ala estrecha, en fieltro gris o beige. Lo correcto es combinarlo con el abrigo, ya que se trata de un complemento que se lleva en la calle.

Por su parte, las gorras, menos formales que cualquier sombrero, pueden ser de pico largo o corto. Se hacen en tejido de lana y fueron durante mucho tiempo símbolo de la clase obrera, mientras que hoy se usan con la ropa de sport.

Como se explicó en el capítulo correspondiente, los caballeros deben despojarse del sombrero para saludar, lo que también harán al entrar en cualquier lugar cerrado.
Los tocados femeninos, que llegaron en algunas épocas a estrambóticas exageraciones, desaparecieron prácticamente en las últimas décadas aunque ahora se están recuperando sobre todo para actos sociales de cierta importancia, si bien como accesorio voluntario. Entre las muchas formas que existen de sombreros exclusivamente femeninos sobresalen las pamelas, realizadas en paja fina o en organzas u otros tejidos escogidos.

Conviene recordar que la mujer no se lo quita (no se descubre) ni cuando saluda, ni cuando entra en un recinto cerrado. En principio es un complemento de día, no de noche, para espacios abiertos y que nunca se lleva con traje largo.

Para ceremonias religiosas, más adecuado que un sombrero es un tocado, formado por una pequeña pieza de sujeción decorada que puede servir de apoyo a un discreto velo. En España, el accesorio más tradicional en este caso es la mantilla, pieza de encaje de considerable tamaño, que suele llegar, en la espalda y una vez colocada sobre la cabeza, hasta la altura de la rodilla o hasta media pierna. Data del siglo XVII, cuando era de terciopelo o de tela y llevaba tres puntas, con una cuarta redondeada. En el siglo XX quedó reservado exclusivamente para los actos religiosos. Se lleva con peineta, menos alta que las de fiesta, en cuya parte frontal se dobla y prende uno de los picos, dejando caer la mantilla sobre los hombros y la espalda. Habitualmente es negra, aunque también las hay de color marfil o blanco. El protocolo conserva la norma de que debe ser negra siempre que se utilice ante una alta autoridad religiosa, salvo que la mujer que la lleve esté embarazada, en cuyo caso será blanca.

GUANTES

Es una prenda hoy accesoria y poco utilizada, salvo cuando hace frio o en ocasiones muy solemnes, pero que tuvo antiguamente mucha importancia por su simbolismo y su lenguaje, procedentes del poder de la mano a la que cubren y de la protección que representan.

Quitarse los guantes al saludar (deber del que están dispensadas las mujeres) es un gesto de cortesía que tiene su origen en la época medieval, y cuyo significado inicial era de confianza: el hombre que mostraba sus manos desnudas hacia ver que estaba desarmado. Entre la elegancia y la higiene, lo cierto es que a principios del siglo pasado ninguna persona de buena educación salía a la calle sin guantes, ni siquiera los niños.

El patrón de guante no ha variado prácticamente en toda su historia, salvo en longitud. Hoy se utilizan sobre todo en piel, ante, lana o tejidos sintéticos. Los de piel suelen ir forrados y son más formales. Los tejidos en lana y las manoplas sólo se admiten con indumentaria de sport. La mujer, con traje de máxima etiqueta y si el vestido deja los brazos al aire, puede llevar guantes largos, como los antiguos “amadis” en seda, satén o terciopelo.