sábado, 3 de octubre de 2009

RISA Y SONRISA

En la gran mayoría de las situaciones sociales, la sonrisa es una señal con un contenido fuerte y positivo. Por supuesto, también existen sonrisas que denotan inseguridad, engaño e incluso amenaza. Hay sonrisas sarcásticas, burlonas, cariñosas, comerciales… el panorama es aún más amplio, pues este es un gesto cuya gama de posibles intensidades oscila desde la sonrisa breve y tímida hasta la risa abierta o la carcajada sonora.

Es obvio que no siempre resulta correcto emplear las formas más fuertes de sonrisa, sino que habrá que utilizar la que sea más apropiada para cada ocasión. Sonreír inadecuadamente puede crear una impresión tan negativa como no sonreír en absoluto. El sentido de la medida será el que aconseje el estilo adecuado para resolver cada situación, aunque si podemos decir que en las primeras conversaciones son preferibles sonrisas discretas y sencillas. La verdadera sonrisa de acogida amistosa es la que se transmite “con los ojos”. La mayoría de las personas devuelven la sonrisa de saludo y probablemente, los encuentros duraran más de lo que hubiera durado sin ella. La razón evidente: todos tendemos a prolongar las actividades placenteras y a abreviar las desagradables.

A la gente que sonríe se la considera más atractiva que a la que no sonríe. Además, estas personas tiene una credibilidad mucho mayor que la de quienes no muestran expresión facial alguna.

La sonrisa es uno de los fundamentos de la conducta cortés, es contagiosa, levanta el ánimo y es un amortiguador importante frente a la agresión.

La risa es un atributo del ser humano que denota un trato cordial y espontaneo y abre vías de comunicación. Sin embargo, es una manifestación que hay que moderar y ejercer con prudencia. Está bien reírse en una reunión informal, pero en una oficial, si alguien dice algo gracioso es mejor sonreír con discreción, pues las carcajadas ruidosas pueden considerarse fuera de lugar, pudiendo además derivar en molestos ataques de tos.

Algunas personas se ríen nerviosamente a menudo, sin darse cuenta o cuando se sienten incomodas, en un gesto que puede resultar de difícil control. Dado que una risa inoportuna puede tener un efecto devastador, en estos casos es conveniente respirar hondo y pausadamente y hacer un esfuerzo por desviar la atención del problema hasta dominar la situación.

La sonrisa ayuda a dar una bella expresión al rostro, pero debe ser franca, nunca equivoca. Una sonrisa reprimida puede suscitar desconfianza y ser interpretada como una crítica irónica. Sonría como quien extiende una mano amistosa y no se siente capaz de ello, antes de ofrecer un gesto forzado que acabará por notarse, sustituya esa sonrisa por una palabra amable.

LA MIRADA

Los ojos constituyen el centro de expresión de la cara, y es casi infinito el repertorio de mensajes que pueden comunicar. La mirada nunca es neutral, de un modo u otro refleja los mil matices de los mil matices de los sentimientos humanos. Por eso se dice, con mucha razón, que los ojos son, después de las palabras, nuestro medio de comunicación más potente.

Sabemos que bajar la vista es interpretado normalmente como un signo de timidez, modestia o humildad. Los ojos muy abiertos se consideran señal de admiración, ingenuidad o temor. Incluso hemos creado un pequeño diccionario de frases simbólicas referidas al poder ocular, cuyo significado no escapa a la comprensión de nadie: “matar con la mirada”, “tener la mirada huidiza”, “ojos de paranoico”, “mostrar una mirada glacial”, “desnudar con la mirada”, “mal de ojo”, “mirada amenazadora”, etc. Los ojos seducen, amenazan, encantan, hipnotizan… También sonríen y es verdad que “hablan”; por eso es muy conveniente controlar la propia mirada.

La importancia de la mirada se refleja en la gran dosis de comunicación que se produce cuando dos personas se miran directamente a los ojos. A escasa distancia es además fácil de comprobar el hecho de que cuando alguien se entusiasma, se le dilatan las pupilas y cuando se enfada, se le contraen, cambiando de por si la expresión de todo su rostro. Los extrovertidos emplean más la mirada y esta es más larga e intensa que en los introvertidos.

En las relaciones sociales se entiende que lo mejor es mirar de frente pero sin altanería a los demás, evitando por igual expresiones huidizas y retadoras. A este respecto, conviene no olvidar que la duración de la mirada tiene un gran componente cultural, de forma que lo que en algunos países es correcto en otras latitudes puede llegar a ser resultar ofensivo.

La mirada de reojo, aquella que no es de frente, puede ser interpretada como hostilidad, sospecha o crítica y hasta desprecio.

No son recomendables largos periodos de contacto visual en los encuentros iniciales con alguien a quien no conocemos lo suficiente, ya que mantener la mirada unos segundos más de lo que se estima socialmente correcto puede ser considerado como señal de hostilidad o como deseo de llegar a tener un contacto más intimo. En cualquiera de los casos, produce una sensación molesta a la persona que se siente observada. La mirada fija y sostenida suele significar agresión y desafío. Su potencia amenazadora ha sido reconocida a través de toda la historia de la humanidad, y en muchas culturas diferentes existen leyendas sobre el mal de ojo, la mirada que ocasiona perjuicios a quien la recibe.

Por otra parte es difícil aceptar que una persona nos está escuchando si no nos mira. Si de verdad está pendiente de lo que decimos, lo menos que esperamos es que mire hacia nosotros (¡Mírame cuando te hablo!). La razón no está clara, pues es obvio que se puede estar escuchando atentamente aunque se tengan los ojos en dirección opuesta. Pero, como ocurre con tantas otras cosas, no solo hay que escuchar sino que hay que hacer ver que se escucha. Quizá influya la creencia generalizada en la sinceridad de los ojos. Por ejemplo, cuando una persona interroga a otra suele mirarla directamente a los ojos, puesto que se considera difícil mentir y sostener la mirada. A menos que su descaro sea total, los mentirosos tienden a evitar el contacto ocular. Incluso guiñar un ojo (es decir, ocultar momentáneamente la vista) ha adquirido el significado de que lo que se dice no ha de tomarse en serio.

La cortesía occidental también tiene sus reglas. La exploración del cuerpo de arriba abajo se juzga en nuestra cultura como un signo de desprecio y una insolencia. Sobre todo cuando un hombre habla con una mujer, no desviará nunca su mirada por debajo del cuello de aquella. La etiqueta establece también una gran diferencia entre no saludar a una persona simulando no verla o mirarla y negarse a reconocerla, cosa esta mucho más grave.

Gafas

Cuando, porque la ocasión lo requiera, utilicemos gafas con cristales oscuros, debemos entender que, al impedir que se vean nuestros ojos estamos interponiendo una barrera en la comunicación. En estos casos, los demás pueden sentirse como si se les observase a escondidas. Por ello, como regla general resulta incorrecto hablar a una persona llevando gafas de sol, siendo un gesto de cortesía quitarlas en el momento inicial del saludo o la presentación. Solo es permisible mantenerlas puestas si hay una fuerte intensidad de luz y tras pedir disculpas o permiso al oyente (como es obvio, también se quedan en su lugar en caso de tratamiento médico o problemas de salud en los ojos).

CAMINAR Y SENTARSE

Gran parte de nuestra personalidad más secreta se refleja en la postura del cuerpo y, por ello, es necesario controlar las posiciones que adoptamos, posturas que se pueden aprender y corregir para que expresen lo que somos pero también lo que pretendemos y queremos ser.

Al caminar y sentarse, mantenga siempre su espalda recta, además de ser lo adecuado, mejora su salud- la espalda recta no sólo es la postura natural, sino que nos proporciona un aire de seguridad en nosotros mismos que puede ser muy positivo.

Caminar

Caminar con elegancia es uno de los atributos fundamentales de una persona con estilo, de hecho, a las mujeres que aspiran a modelos profesionales se les hace caminar con pesos sobre su cabeza, con el fin de lograr que conserven el cuello erguido y que todos los movimientos de su cuerpo estén determinados por la necesidad de mantener el equilibrio. Conservar la espalda recta y la cabeza erguida (pero si altivez) es un consejo básico.

A la inversa produce una imagen muy negativa ver a algunas personas caminar con los hombros caídos, con el cuerpo echado hacia adelante, con zancadas demasiado largas, o con otros vicios gestuales. Todos esos defectos deben y pueden, ser evitados.

Camine derecho con los hombros rectos y la cabeza alta. No estire el cuerpo de forma artificial, pero en ningún caso deje que se le tuerza ni que sus hombros caigan o su cabeza se incline. El paso ha de ser firme y mesurado, ni muy corto ni a zancadas largas. Es mejor andar despacio, tranquilamente, con convicción, como dueño del terreno, con orgullo y confianza. Ir de prisa indica nerviosismo y le hace parecer un fugitivo.

Cicerón, a quien ya cité, prescribía lo siguiente “al andar debe huirse de una muelle lentitud, como la de las gentes que van en una procesión, y de una marcha apresurada que nos deja sin aliento y nos altera el rostro”.

Todos cometemos fallos y entre los más inoportunos están los tropiezos y las caídas. No se ría jamás si alguien resbala o cae; por el contrario, ayúdele a levantarse y pregúntele si se encuentra bien. Si usted es quien sufre este problema, levántese con toda prontitud y naturalidad que le sea posible y procure restarle importancia en público.

Sentarse

El estilo se pone de manifiesto al sentarse. Como norma general, y salvo situaciones de mucha confianza, no debemos hundirnos en las butacas. En principio, lo correcto es mantener la espalda recta contra el asiento. Tanto hombres como mujeres evitaran cruzar las piernas con posturas muy aparatosas o enseñando a los demás las suelas de sus zapatos.

Elija una silla que le permita sentarse y levantarse fácilmente y que le sitúe a la misma altura que el resto de las personas del entorno. Los sillones hundidos y con dos brazos le obligaran a echarse hacia atrás y a levantarse con dificultad.

Para sentarse, acérquese a la silla, haga una pausa, coordine la parte superior e inferior del cuerpo para no perder el equilibrio, doble las rodillas y siéntese, primero hacia el borde del asiento y con mayor acomodo después. Procure quedar sentado en una posición asimétrica en la silla, lo que le dará un aire más relajado.

Controle, sobre todo, la postura de las piernas. Para una mujer, sentarse con las piernas cruzadas es, en principio, de mala educación y sólo permisible en determinadas circunstancias entre las que no están ningún acto oficial y menos aun si se trata de una ceremonia religiosa. En el caso de cruzar las piernas, las pantorrillas y los tobillos deben quedar ladeados en paralelo. Es preferible cruzar solo los tobillos, aunque lo mejor será mantener los pies juntos y las rodillas también, aunque se vistan pantalones.

En el hombre, cruzar las piernas se considera aceptable, aunque no elegante, siempre que no se muestre la suela del zapato o se moleste a personas que están alrededor. Tampoco es de buen estilo enseñar el final de los calcetines, para lo que se recomienda utilizar modelos “ejecutivos” o altos. La mejor postura es apoyar los pies en el suelo y con las rodillas ligeramente separadas.

En ningún caso se pondrá la silla a dos patas, usándola de balancín, ni se rodearan las patas con los propios pies.

Mientras esté sentado, mantenga su espalda recta aunque sin rigidez y con la parte inferior de aquella totalmente apoyada en el respaldo. Esto se consigue, como es obvio, sentándose bien en el centro de la silla, no quedando en equilibrio sobre su borde. Al levantarse de un asiento, no se doble sobre sí mismo, no arrastre la silla y no se estire la ropa.

Una vez en pie, procure que sus hombros permanezcan erguidos y la cabeza alta, recta pero sin alzar la mandíbula. Recuerde que ponerse en pie es un acto de presencia y hasta cierto punto una demostración de que uno es dueño de sí mismo.

¿QUE HACER CON LOS BRAZOS?

Un problema típico de muchas personas es el no saber qué hacer con las manos, especialmente al presentarse en público. Pues bien, junto a la expresión del rostro y de la mirada, o la forma de caminar, una buena parte del lenguaje corporal se expresa con los gestos de los brazos y manos. Entre ellos, unió de los más habituales es el de cruzarlos, lo cual se suele juzgar como una señal de querer marcar una distancia ante los demás, o al menos como indicio de una actitud defensiva, negativa o nerviosa.

Por tanto, recuerde que es mejor no cruzar los brazos, sobre todo si está de cara al público. Si lo hace, no los eleve hacia el pecho, ni cierre los puños porque así transmitirá una imagen de hostilidad. Pese a la creciente igualdad de roles entre el hombre y la mujer, este es un gesto que resulta particularmente inadecuado en las mujeres.

Si se opta por unir las manos a la espalda, la sensación que se ofrece es de seguridad y autoridad. Con todo, la postura más correcta es la de dejar los brazos cayendo con naturalidad a ambos lados del cuerpo y, si se quiere juntar las manos, unirlas frente a la pelvis, “enganchada” una en otra, mejor sin entrelazar los dedos.

En ningún caso juguetee con monedas, llaves o bolígrafos. Esto es un indicio de nerviosismo y la falta de control de la situación.

¿FUMAR, O NO FUMAR?

Algunos de los gestos que las personas realizan en el ámbito de sus relaciones sociales están determinadas por el rito, tan poco saludable como generalizado, de consumir tabaco, es decir, el hábito de fumar.

Por ello, no está de más insistir en ciertas reglas de respeto y civismo que deberán ser mandamientos ineludibles para cualquier fumador. La regla fundamental es: excepto que no causemos molestias a las personas que nos rodean, y sepamos que es así por habérselo preguntado explícitamente, no debemos fumar en lugares cerrados o espacios reducidos.

En otras palabras, si dos o más personas deben compartir durante algún tiempo un mismo espacio (una habitación, un vehículo, etc.), quien desee fumar ha de preguntar a los demás si les importa que se encienda un cigarrillo.

Las bocanadas de humo se dirigirán a un lugar neutro donde no molesten a nadie, jamás serán orientadas hacia los rostros de los demás y menos a los de los no fumadores. Al terminar el cigarrillo, asegúrese de que la colilla ha quedado completamente apagada.
Cuando estemos de visita en casa ajena, solo fumaremos si el anfitrión nos ofrece un cigarrillo. Únicamente en caso de que la abstinencia se haga muy dura, pediremos permiso para encender uno de los nuestros y, aun así, no deberíamos hacerlo si en la habitación no hay ceniceros a la vista puesto que quien los ha retirado quizá exprese con ello su desagrado al tabaco.

En los locales públicos no se fumará por grande e impersonal que resulte el espacio, no se tirará una colilla al suelo. No se fuma durante las comidas ni en visitas a enfermos ni delante de los niños. Tampoco debería fumarse dentro de los coches. En los ascensores, por razones obvias de seguridad, está prohibido.

Incluso cuando se está fumando en grupo rigen las reglas clásicas de cortesía, como ofrecer fuego a los demás antes de encender el propio cigarro (los caballeros ofrecerán fuego a las damas y las personas jóvenes a las mayores)

Si en vez de cigarrillos hablamos de puros, hay que tener en cuenta que algunas de estas normas deben cumplirse aun más estrictamente ya que el olor de un puro es más fuerte y fumarlo se prolonga durante mucho más tiempo. Si es usted el fumador y lo es de los llamados “habanos”, no olvide que un puro no se debe apagar contra un cenicero, “hay que dejarlo morir con dignidad”, dicen los expertos.

Casos en que no se debe fumar

- En un coche, cuando el conductor no fume.

- En un almuerzo o cena, entre plato y plato.

- Al entrar en el despacho de un superior, aunque este sea fumador, no se llevará un cigarrillo encendido en la mano.

- En presencia de niños pequeños o ancianos. Asimismo no se debe fumar ante personas de las que nos conste que padecen alguna enfermedad.

LOS GESTOS INVOLUNTARIOS O INDEVIDOS

Por supuesto, es de una inelegancia absoluta hurgarse en la nariz o las orejas en público, así como comerse las uñas o bostezar. La etiqueta social impide también rascarse en cualquier parte del cuerpo. En realidad, todas estas conductas tampoco son muy aconsejables en privado.

Los accesos de tos y los estornudos son inevitables, se admiten con normalidad siempre, que al menos, se dirija la cara a un lado y preferiblemente se utilice el pañuelo como protector de la boca. Si estamos con otras personas, será suficiente con decir “perdón” o esbozar un gesto de disculpa, sin darle mayor importancia al incidente.

Eructar, emitir ventosidades o escupir al asuelo son acciones radicalmente proscritas y que, bajo ningún concepto, han de ser realizadas en público.

domingo, 20 de septiembre de 2009

EL BUEN TONO EN LAS CONVERSACIONES

Aunque vivimos en una época dominada por la imagen, el elemento fundamental de nuestras relaciones sociales sigue siendo la palabra. “habla para que yo te vea”, dijo Sócrates a un joven al que le acababan de presentar; he aquí una de las numerosas reflexiones de la sabiduría griega que han sobrevivido a los siglos. Todos hemos visto en muchas ocasiones a personas con una presencia impecable que se desmoronan en cuanto abren la boca. Y es que con el atractivo físico se puede nacer, la elegancia de una indumentaria no es difícil de conseguir, pero la belleza de la palabra es el resultado de un arduo aprendizaje ya que en realidad es el espejo de nuestra cultura.

Quien habla lo hace para ser escuchado, lo que implica ser oído y entendido; en consecuencia, resulta imprescindible que sus palabras sean audibles e inteligibles para quien le escucha.

El primer factor a tener en cuenta es la entonación de la voz, cuya importancia es mucho mayor de lo que algunos piensan: siempre resultará más grato escuchar a una persona que habla con riqueza de matices que a quien lo hace con un soniquete monocorde o estridente. Apenas se puede influir en el timbre de nuestra voz, pero sí se puede modular su tono, incluso con prácticas muy sencillas como escribir unas pocas palabras y ejercitarse leyéndolas repetidamente en distintos tonos, del más agudo al más grave y a la inversa.

Desde luego constituye una falta absoluta de educación hablar a gritos o con un volumen desmesuradamente elevado, pero tampoco es de buen gusto hacerlo tan bajo que el interlocutor tenga que efectuar un continuo esfuerzo para interpretar nuestros susurros.