miércoles, 22 de septiembre de 2010

LOS PRINCIPALES PREPARATIVOS

Tomada ya la decisión fundamental de contraer matrimonio, los novios deberán debatir y acordar al menos otras tres cuestiones básicas: la fecha y el lugar en que se celebrará; el carácter de la ceremonia, religioso o civil; y decidir si habrá o no banquete, recepción o fiesta social tras el enlace.

Aunque hoy en día las cosas suelen ir con más rapidez, es preciso prever siempre un plazo de varias semanas para cumplimentar los formalismos que tanto la Iglesia como los Juzgados exigen a los novios. La época preferida para celebrar las bodas ha sido siempre la primavera y el verano, por la agradable perspectiva que ofrece la posibilidad de un mejor clima, la abundancia de flores, y otros factores de índole meteorológica y estética. Son argumentos razonables, pues hay que reconocer que la dureza de un día lluvioso, ventoso o frio no ayudará en modo alguno a realzar el encanto de una jornada que, aunque no necesariamente única, si es poco frecuente en la vida de las personas.

Otra tendencia generalizada es la de aproximar la fecha de la boda al final de semana, ya que así se facilita el desplazamiento de invitados procedentes de otras ciudades, y se le permite unos días de fiesta y descanso a todos los implicados en el ajetreado trabajo que siempre precede a estas ceremonias. Los próximos contrayentes, cuando no hayan querido o podido obsequiarse con un viaje de placer, preferirán el horizonte de un par de días de fiesta antes que el de madrugar a la mañana siguiente de la boda para acudir de nuevo al trabajo.

En cuanto a la hora, existen múltiples posibilidades, obligadas en muchas ocasiones por la coincidencia de varias ceremonias para el mismo día de la Iglesia o el juzgado. Conseguir un día y un momento adecuado para celebrar la boda es un logro del que no todas las parejas pueden presumir. Es frecuente que los novios intenten programar su enlace para las últimas horas de la mañana o de la tarde, sobre todo cuando hayan planeado ofrecer a continuación un almuerzo o una cena a sus invitados. Si la ceremonia no va seguida de ningún tipo de fiesta, la importancia de la hora en que se celebre es menor.

Los novios también han de decidir cuanto antes si quieren formalizar su matrimonio conforme a la ley civil, a la religiosa, o a ambas, y en este último caso, si de modo simultaneo o sucesivo. Las posibilidades, una vez más, son varias:

1) Celebrar solamente el matrimonio civil, ante el juzgado que corresponda, prescindiendo de boda canónica.

2) Celebrar el matrimonio conforme al rito religioso, lo que implica como consecuencia necesaria el matrimonio civil, al tramitarse preceptivamente la inscripción del canónico en el Registro Civil

3) Celebrar inicialmente solo el matrimonio civil, y al cabo de un tiempo, ya sean semanas, meses o incluso años, ratificar ante la Iglesia el anterior enlace.


Los novios, con la lógica concurrencia de sus respectivos padres o familias, decidirán cuanto antes si desean ofrecer un banquete a las personas a quienes inviten a compartir con ellos el día señalado. En caso afirmativo, habrán de determinar cual será el número máximo de comensales, es decir, hasta que punto se requiere un festín multitudinario o una comida más intima. Esta cuestión influirá de modo contundente en el presupuesto final de la boda y afectará además a todo el proceso general de preparativos (elaboración de listas y tarjetas de invitación, etc.)