martes, 1 de septiembre de 2009

DEL ABRAZO A LA REVERENCIA

El valor simbólico que concedemos todos al saludo es muy grande. Si una persona entra en un lugar donde hay varios conocidos sin mirarlos y sin observar una actitud social con la mirada, la palabra o el gesto, dicha conducta es una señal palpable de irritación y casi de enfrentamiento.

Ciertamente, pocas cosas se consideran de peor educación que omitir el saludo. Este mensaje ha sido aceptado de modo tan unánime que para muchas personas la forma más contundente de exteriorizar su enfado con otra consiste en retirarle el saludo. Por la misma razón, rechazar una mano extendida, es más que un desaire, un grave insulto.

Su difusión como requisito obligatorio para iniciar cualquier clase de contacto entre las personas ha motivado que ciertos tipos de saludo llegaran a convertirse en signos de identificación para algunos colectivos políticos. Por citar los opuestos, sería el caso de nazis y comunistas (unos optaron por el brazo derecho. Otros por el izquierdo, unos extienden la palma de la mano, los otros cierran el puño). En estos supuestos, el saludo trasciende su función primaria de iniciador de la conversación, y deviene en símbolo y estandarte de la unidad del propio grupo.

El saludo es una cortesía social que en comunidades más reducidas (por ejemplo, en pueblos y en ámbitos rurales) se practica entre todas las personas que se encuentran o coinciden en algún lugar, incluso aunque sea la primera vez que se ven y no se conozcan en absoluto. En cambio, en las grandes ciudades y, en general, en lugares y circunstancias muy concurridos, el acelerado ritmo de vida y la propia dinámica de las multitudes hace que se restrinja mucho más el saludo e incluso que se prescinda de él. Con no poca frecuencia sucede que vecinos de un mismo edificio no se conocen o incluso se ignoran en el portal.

Pero recuerde que es preceptivo el saludo siempre que entre en un establecimiento publico, cuando coincida con otras personas en un portal, pasillo o ascensor, si se cruza a un excursionista en un paseo de montaña, etc. en definitiva en aquellos casos en que se encuentre cara a cara con otra u otras personas en un lugar determinado.

Hasta principios del siglo XIX, todos los saludos eran solemnes y rigurosos. El que saludaba a un superior se inclinaba hasta quedar casi en ángulo recto. Más tarde se paso a hacer una reverencia con la cabeza, después una breve inclinación y, en una fase posterior, se consideró suficiente con el gesto de quitarse el sombrero.