Fue en los años veinte del siglo pasado cuando se generalizó el uso del bolso como complemento fundamental de la indumentaria femenina. Desde entonces, los avatares de la moda le hicieron experimentar toda clase de modificaciones: en los años 30 se llevaron las carteras (planas y sin asa) en los 40 las bandoleras, en los 50 el asa corta y los materiales sintéticos (hasta entonces sólo se empleaban de piel), en los 60 hubo una revolución de formas y colores, en los 70 se difundieron los bolsos estampados, en los 80 surgen las riñoneras y en los 90 se llegan a utilizar diseños copiados de las mochilas escolares.
Aunque esporádicamente y de manera excepcional los ha usado el hombre, el bolso es un complemento típico y fundamental del atuendo femenino, aunque cada día más extendido en el sexo masculino. Debe ir coordinado con la ropa, y sobre todo con el calzado, con el que es aconsejable que coincida tanto en tipo de piel como en color.
Se acepta de manera general que el tamaño del bolso es proporcional a la formalidad de la indumentaria, siendo los más grandes apropiados solo para ropa de sport.
La comodidad de las bandoleras ha acabado imponiendo su larga asa también a algunos modelos de vestir, pero en tales casos el asa debe ser muy fina o bien sustituida por un cordón de pasamanería, unas cadenas de metal, etc. Los modelos de vestir más frecuentes son derivados del “trousseau” que los franceses pusieron de moda a principios de siglo y que eran pequeños bolsos en forma de caja, realizados en carey, aunque después se fabricaron también en otros materiales, sobre todo en metales. Otros bolsos típicos de etiqueta son los que tiene forma de limosneras.
Aunque hay una norma no escrita según la cual el bolso de una mujer es un territorio privado en el que nadie puede revolver salvo su dueña, ese territorio debe llevarse siempre lo más ordenado posible.
Aunque esporádicamente y de manera excepcional los ha usado el hombre, el bolso es un complemento típico y fundamental del atuendo femenino, aunque cada día más extendido en el sexo masculino. Debe ir coordinado con la ropa, y sobre todo con el calzado, con el que es aconsejable que coincida tanto en tipo de piel como en color.
Se acepta de manera general que el tamaño del bolso es proporcional a la formalidad de la indumentaria, siendo los más grandes apropiados solo para ropa de sport.
La comodidad de las bandoleras ha acabado imponiendo su larga asa también a algunos modelos de vestir, pero en tales casos el asa debe ser muy fina o bien sustituida por un cordón de pasamanería, unas cadenas de metal, etc. Los modelos de vestir más frecuentes son derivados del “trousseau” que los franceses pusieron de moda a principios de siglo y que eran pequeños bolsos en forma de caja, realizados en carey, aunque después se fabricaron también en otros materiales, sobre todo en metales. Otros bolsos típicos de etiqueta son los que tiene forma de limosneras.
Aunque hay una norma no escrita según la cual el bolso de una mujer es un territorio privado en el que nadie puede revolver salvo su dueña, ese territorio debe llevarse siempre lo más ordenado posible.