Los ojos constituyen el centro de expresión de la cara, y es casi infinito el repertorio de mensajes que pueden comunicar. La mirada nunca es neutral, de un modo u otro refleja los mil matices de los mil matices de los sentimientos humanos. Por eso se dice, con mucha razón, que los ojos son, después de las palabras, nuestro medio de comunicación más potente.
Sabemos que bajar la vista es interpretado normalmente como un signo de timidez, modestia o humildad. Los ojos muy abiertos se consideran señal de admiración, ingenuidad o temor. Incluso hemos creado un pequeño diccionario de frases simbólicas referidas al poder ocular, cuyo significado no escapa a la comprensión de nadie: “matar con la mirada”, “tener la mirada huidiza”, “ojos de paranoico”, “mostrar una mirada glacial”, “desnudar con la mirada”, “mal de ojo”, “mirada amenazadora”, etc. Los ojos seducen, amenazan, encantan, hipnotizan… También sonríen y es verdad que “hablan”; por eso es muy conveniente controlar la propia mirada.
La importancia de la mirada se refleja en la gran dosis de comunicación que se produce cuando dos personas se miran directamente a los ojos. A escasa distancia es además fácil de comprobar el hecho de que cuando alguien se entusiasma, se le dilatan las pupilas y cuando se enfada, se le contraen, cambiando de por si la expresión de todo su rostro. Los extrovertidos emplean más la mirada y esta es más larga e intensa que en los introvertidos.
En las relaciones sociales se entiende que lo mejor es mirar de frente pero sin altanería a los demás, evitando por igual expresiones huidizas y retadoras. A este respecto, conviene no olvidar que la duración de la mirada tiene un gran componente cultural, de forma que lo que en algunos países es correcto en otras latitudes puede llegar a ser resultar ofensivo.
La mirada de reojo, aquella que no es de frente, puede ser interpretada como hostilidad, sospecha o crítica y hasta desprecio.
No son recomendables largos periodos de contacto visual en los encuentros iniciales con alguien a quien no conocemos lo suficiente, ya que mantener la mirada unos segundos más de lo que se estima socialmente correcto puede ser considerado como señal de hostilidad o como deseo de llegar a tener un contacto más intimo. En cualquiera de los casos, produce una sensación molesta a la persona que se siente observada. La mirada fija y sostenida suele significar agresión y desafío. Su potencia amenazadora ha sido reconocida a través de toda la historia de la humanidad, y en muchas culturas diferentes existen leyendas sobre el mal de ojo, la mirada que ocasiona perjuicios a quien la recibe.
Por otra parte es difícil aceptar que una persona nos está escuchando si no nos mira. Si de verdad está pendiente de lo que decimos, lo menos que esperamos es que mire hacia nosotros (¡Mírame cuando te hablo!). La razón no está clara, pues es obvio que se puede estar escuchando atentamente aunque se tengan los ojos en dirección opuesta. Pero, como ocurre con tantas otras cosas, no solo hay que escuchar sino que hay que hacer ver que se escucha. Quizá influya la creencia generalizada en la sinceridad de los ojos. Por ejemplo, cuando una persona interroga a otra suele mirarla directamente a los ojos, puesto que se considera difícil mentir y sostener la mirada. A menos que su descaro sea total, los mentirosos tienden a evitar el contacto ocular. Incluso guiñar un ojo (es decir, ocultar momentáneamente la vista) ha adquirido el significado de que lo que se dice no ha de tomarse en serio.
La cortesía occidental también tiene sus reglas. La exploración del cuerpo de arriba abajo se juzga en nuestra cultura como un signo de desprecio y una insolencia. Sobre todo cuando un hombre habla con una mujer, no desviará nunca su mirada por debajo del cuello de aquella. La etiqueta establece también una gran diferencia entre no saludar a una persona simulando no verla o mirarla y negarse a reconocerla, cosa esta mucho más grave.
Gafas
Cuando, porque la ocasión lo requiera, utilicemos gafas con cristales oscuros, debemos entender que, al impedir que se vean nuestros ojos estamos interponiendo una barrera en la comunicación. En estos casos, los demás pueden sentirse como si se les observase a escondidas. Por ello, como regla general resulta incorrecto hablar a una persona llevando gafas de sol, siendo un gesto de cortesía quitarlas en el momento inicial del saludo o la presentación. Solo es permisible mantenerlas puestas si hay una fuerte intensidad de luz y tras pedir disculpas o permiso al oyente (como es obvio, también se quedan en su lugar en caso de tratamiento médico o problemas de salud en los ojos).
Sabemos que bajar la vista es interpretado normalmente como un signo de timidez, modestia o humildad. Los ojos muy abiertos se consideran señal de admiración, ingenuidad o temor. Incluso hemos creado un pequeño diccionario de frases simbólicas referidas al poder ocular, cuyo significado no escapa a la comprensión de nadie: “matar con la mirada”, “tener la mirada huidiza”, “ojos de paranoico”, “mostrar una mirada glacial”, “desnudar con la mirada”, “mal de ojo”, “mirada amenazadora”, etc. Los ojos seducen, amenazan, encantan, hipnotizan… También sonríen y es verdad que “hablan”; por eso es muy conveniente controlar la propia mirada.
La importancia de la mirada se refleja en la gran dosis de comunicación que se produce cuando dos personas se miran directamente a los ojos. A escasa distancia es además fácil de comprobar el hecho de que cuando alguien se entusiasma, se le dilatan las pupilas y cuando se enfada, se le contraen, cambiando de por si la expresión de todo su rostro. Los extrovertidos emplean más la mirada y esta es más larga e intensa que en los introvertidos.
En las relaciones sociales se entiende que lo mejor es mirar de frente pero sin altanería a los demás, evitando por igual expresiones huidizas y retadoras. A este respecto, conviene no olvidar que la duración de la mirada tiene un gran componente cultural, de forma que lo que en algunos países es correcto en otras latitudes puede llegar a ser resultar ofensivo.
La mirada de reojo, aquella que no es de frente, puede ser interpretada como hostilidad, sospecha o crítica y hasta desprecio.
No son recomendables largos periodos de contacto visual en los encuentros iniciales con alguien a quien no conocemos lo suficiente, ya que mantener la mirada unos segundos más de lo que se estima socialmente correcto puede ser considerado como señal de hostilidad o como deseo de llegar a tener un contacto más intimo. En cualquiera de los casos, produce una sensación molesta a la persona que se siente observada. La mirada fija y sostenida suele significar agresión y desafío. Su potencia amenazadora ha sido reconocida a través de toda la historia de la humanidad, y en muchas culturas diferentes existen leyendas sobre el mal de ojo, la mirada que ocasiona perjuicios a quien la recibe.
Por otra parte es difícil aceptar que una persona nos está escuchando si no nos mira. Si de verdad está pendiente de lo que decimos, lo menos que esperamos es que mire hacia nosotros (¡Mírame cuando te hablo!). La razón no está clara, pues es obvio que se puede estar escuchando atentamente aunque se tengan los ojos en dirección opuesta. Pero, como ocurre con tantas otras cosas, no solo hay que escuchar sino que hay que hacer ver que se escucha. Quizá influya la creencia generalizada en la sinceridad de los ojos. Por ejemplo, cuando una persona interroga a otra suele mirarla directamente a los ojos, puesto que se considera difícil mentir y sostener la mirada. A menos que su descaro sea total, los mentirosos tienden a evitar el contacto ocular. Incluso guiñar un ojo (es decir, ocultar momentáneamente la vista) ha adquirido el significado de que lo que se dice no ha de tomarse en serio.
La cortesía occidental también tiene sus reglas. La exploración del cuerpo de arriba abajo se juzga en nuestra cultura como un signo de desprecio y una insolencia. Sobre todo cuando un hombre habla con una mujer, no desviará nunca su mirada por debajo del cuello de aquella. La etiqueta establece también una gran diferencia entre no saludar a una persona simulando no verla o mirarla y negarse a reconocerla, cosa esta mucho más grave.
Gafas
Cuando, porque la ocasión lo requiera, utilicemos gafas con cristales oscuros, debemos entender que, al impedir que se vean nuestros ojos estamos interponiendo una barrera en la comunicación. En estos casos, los demás pueden sentirse como si se les observase a escondidas. Por ello, como regla general resulta incorrecto hablar a una persona llevando gafas de sol, siendo un gesto de cortesía quitarlas en el momento inicial del saludo o la presentación. Solo es permisible mantenerlas puestas si hay una fuerte intensidad de luz y tras pedir disculpas o permiso al oyente (como es obvio, también se quedan en su lugar en caso de tratamiento médico o problemas de salud en los ojos).