Según explica James Laver, durante toda su historia el traje ha seguido dos líneas distintas de desarrollo, una de ellas basada en los diversos grados con que el traje se ha ceñido al cuerpo humano, dando lugar a líneas drapeadas o ajustadas, y otra, marcada por el sexo y que ha diferenciado unas prendas como netamente masculinas y otras como exclusivas de la mujer, dicotomía que tiene su ejemplo más claro en la diferencia entre faldas y pantalones.
En la vida real, la mayor parte de las tipologías son mixtas. De hecho, en la antigua Grecia
Tanto hombres como mujeres portaban indistintamente largas túnicas drapeadas y en la época moderna, los pantalones, en otro tiempo permitidos con exclusividad a los hombres, se han popularizado entre las mujeres de todas las edades, sin restricción de ningún tipo.
La diferenciación sexual se manifestó en todas las modificaciones que se fueron produciendo históricamente en la forma de las prendas. Cuando aparecen los trajes abiertos y abotonados en el delantero, lo primero que se aprecia es que las mujeres se los abotonan de derecha a izquierda, en tanto que los hombres lo hacen en sentido inverso. La explicación tradicional de esta divergencia, que se mantiene hoy en día, radica en que la mujer solía colocarse el niño de pecho sobre el brazo izquierdo, debía guardar libre la mano derecha para abrir fácilmente el corpiño y así poder alimentar a su hijo, mientras que por el contrario el hombre debía tener libre la mano derecha para coger la espada, que se colocaba a la izquierda. Aunque antes había una rotunda distinción entre la vestimenta masculina y femenina, hoy en día, sin que pierda masculinidad el hombre ni feminidad la mujer, se han difundido prendas de vestir unisex, especialmente en la ropa informal, llegando a su máxima expresión en las camisetas deportivas. Al mismo tiempo, el hombre ha recuperado la preocupación por su indumentaria, lo que durante décadas se consideró solo propio del género femenino.
El traje masculino
Tanto sus componentes básicos como su forma han experimentado muy escasas variaciones en los últimos cien años. Se han producido cambios puntuales en el largo de las chaquetas, en el ancho de las solapas y en algunos otros detalles de escasa relevancia, pero la estructura fundamental y el concepto de la prenda han permanecido inalterados. Yves Saint Laurent, el gran modisto argelino afincado en Francia, dijo en una ocasión refiriéndose a la indumentaria masculina: “entre 1930 y 1936 se creó un conjunto de líneas básicas que aún prevalece hoy en día como una especie de escala de expresión, dentro de la cual todo hombre puede proyectar su propio estilo y personalidad”.
Originariamente el traje constaba de tres piezas; chaqueta, chaleco y pantalón. El chaleco tenía como misión reforzar la protección de la chaqueta contra el frio, por lo que la calefacción de despachos modernos casi ha acabado con él. De todos modos un buen raje con chaleco es una prenda de la máxima elegancia. La chaqueta, pieza principal, se confecciona básicamente conforme a dos patrones distintos: con botonadura cruzada (también se dice “de dos filas”) o sin cruzar (“de una fila”). Por su parte el pantalón se ha mantenido largo, de la cintura al tobillo.
El traje masculino se complementa con la camisa de manga larga y se leva siempre con corbata, de la que sólo se prescinde en ocasiones o ambientes informales.
El traje femenino
Su prenda característica, y en la cultura occidental casi exclusiva, es la falda, cuya longitud oscila desde hace años en torno a la rodilla, manteniendo una anchura comedida, más bien recta, envolviendo caderas y muslos. En cualquier caso las líneas del vestuario femenino cambian prácticamente todos los años.
La falda se complementa con una chaqueta y guarda similitud con la masculina y que ha copiado de ella, a veces exagerándolos, detalles como el de las hombreras. La chaqueta femenina presenta, sin embargo una mayor variedad de interpretaciones como puede ser la ausencia de cuellos o el acortamiento del cuerpo casi hasta la cintura, así como el añadido de adornos o el subrayado de los botones.
El traje más tradicional, conocido también como “traje de chaqueta”, es el que combina chaqueta y falda. Otra combinación posible en el traje femenino es la de chaqueta y pantalón, aunque se la suele considerar más informal que la anterior.
Con los trajes, la mujer puede llevar camisas, muy semejantes a las de los hombres, o blusas, que se distinguen tanto por su forma (en los cuellos o en su ausencia, en las mangas, en el corte ajustado al talle) como por la variedad de colores y tejidos de su confección. El uso de la falda implica el de medias para vestir las piernas.
Cuando la falda va unida al cuerpo del traje, formando un todo, se denomina “vestido”, y puede llevarse solo o acompañado de una chaqueta del mismo materia y color o adecuadamente combinada.
En la vida real, la mayor parte de las tipologías son mixtas. De hecho, en la antigua Grecia
Tanto hombres como mujeres portaban indistintamente largas túnicas drapeadas y en la época moderna, los pantalones, en otro tiempo permitidos con exclusividad a los hombres, se han popularizado entre las mujeres de todas las edades, sin restricción de ningún tipo.
La diferenciación sexual se manifestó en todas las modificaciones que se fueron produciendo históricamente en la forma de las prendas. Cuando aparecen los trajes abiertos y abotonados en el delantero, lo primero que se aprecia es que las mujeres se los abotonan de derecha a izquierda, en tanto que los hombres lo hacen en sentido inverso. La explicación tradicional de esta divergencia, que se mantiene hoy en día, radica en que la mujer solía colocarse el niño de pecho sobre el brazo izquierdo, debía guardar libre la mano derecha para abrir fácilmente el corpiño y así poder alimentar a su hijo, mientras que por el contrario el hombre debía tener libre la mano derecha para coger la espada, que se colocaba a la izquierda. Aunque antes había una rotunda distinción entre la vestimenta masculina y femenina, hoy en día, sin que pierda masculinidad el hombre ni feminidad la mujer, se han difundido prendas de vestir unisex, especialmente en la ropa informal, llegando a su máxima expresión en las camisetas deportivas. Al mismo tiempo, el hombre ha recuperado la preocupación por su indumentaria, lo que durante décadas se consideró solo propio del género femenino.
El traje masculino
Tanto sus componentes básicos como su forma han experimentado muy escasas variaciones en los últimos cien años. Se han producido cambios puntuales en el largo de las chaquetas, en el ancho de las solapas y en algunos otros detalles de escasa relevancia, pero la estructura fundamental y el concepto de la prenda han permanecido inalterados. Yves Saint Laurent, el gran modisto argelino afincado en Francia, dijo en una ocasión refiriéndose a la indumentaria masculina: “entre 1930 y 1936 se creó un conjunto de líneas básicas que aún prevalece hoy en día como una especie de escala de expresión, dentro de la cual todo hombre puede proyectar su propio estilo y personalidad”.
Originariamente el traje constaba de tres piezas; chaqueta, chaleco y pantalón. El chaleco tenía como misión reforzar la protección de la chaqueta contra el frio, por lo que la calefacción de despachos modernos casi ha acabado con él. De todos modos un buen raje con chaleco es una prenda de la máxima elegancia. La chaqueta, pieza principal, se confecciona básicamente conforme a dos patrones distintos: con botonadura cruzada (también se dice “de dos filas”) o sin cruzar (“de una fila”). Por su parte el pantalón se ha mantenido largo, de la cintura al tobillo.
El traje masculino se complementa con la camisa de manga larga y se leva siempre con corbata, de la que sólo se prescinde en ocasiones o ambientes informales.
El traje femenino
Su prenda característica, y en la cultura occidental casi exclusiva, es la falda, cuya longitud oscila desde hace años en torno a la rodilla, manteniendo una anchura comedida, más bien recta, envolviendo caderas y muslos. En cualquier caso las líneas del vestuario femenino cambian prácticamente todos los años.
La falda se complementa con una chaqueta y guarda similitud con la masculina y que ha copiado de ella, a veces exagerándolos, detalles como el de las hombreras. La chaqueta femenina presenta, sin embargo una mayor variedad de interpretaciones como puede ser la ausencia de cuellos o el acortamiento del cuerpo casi hasta la cintura, así como el añadido de adornos o el subrayado de los botones.
El traje más tradicional, conocido también como “traje de chaqueta”, es el que combina chaqueta y falda. Otra combinación posible en el traje femenino es la de chaqueta y pantalón, aunque se la suele considerar más informal que la anterior.
Con los trajes, la mujer puede llevar camisas, muy semejantes a las de los hombres, o blusas, que se distinguen tanto por su forma (en los cuellos o en su ausencia, en las mangas, en el corte ajustado al talle) como por la variedad de colores y tejidos de su confección. El uso de la falda implica el de medias para vestir las piernas.
Cuando la falda va unida al cuerpo del traje, formando un todo, se denomina “vestido”, y puede llevarse solo o acompañado de una chaqueta del mismo materia y color o adecuadamente combinada.