martes, 6 de octubre de 2009

EL VESTIDO, UNA SEGUNDA PIEL

La indumentaria tiene una gran transcendencia social, en la medida en que, dentro de su amplísima variedad, sirve para identificar, clasificar y jerarquizar a las personas. Aunque, según reza el dicho popular, el hábito no hace al monje, tampoco es menos cierto que, al primer golpe de vista, el traje transmite información muy abundante sobre quien lo lleva; su sexo, raza, profesión, posición social, gustos y preferencias, etc. Después de la propia palabra, el vestido es lo que más renovador resulta sobre la personalidad de cada uno. Como afirmaba Honoré de Balzac, en su Tratado de la vida elegante, “es un barniz que da relieve a todo”.

Los estudiosos del comportamiento humano han enumerado al menos tres razones para explicar la motivación que llevó al hombre a cubrir su cuerpo con pieles y ropajes: el pudor, la necesidad de protegerse del frio y el deseo de mejorar su apariencia externa. Si se observa el desarrollo histórico puede constatarse que, a medida que el hombre va dominando el entorno, cuya inclemencia en un principio pudo obligarle a abrigarse, la indumentaria pierde su papel protector y aumenta su característica de ornato. Pronto el hombre primitivo se dio cuenta de que podía cazar los animales no sólo para conseguir su carne sino también para cubrirse con sus pieles. Con la invención de la aguja con ojo, los trozos de piel animal comenzaron a ser cosidos y ajustados hasta formar con ellos una estructura adaptable al cuerpo. Así nace el vestido como complemento fundamental y desde entonces inseparable de la apariencia humana.