El sacerdote puede recibir a los contrayentes a la puerta de la iglesia y, después del saludo, entrar en procesión; o bien recibirles frente al altar, en los asientos o bancos preparados para ellos en lugar preferente y visible. En cualquiera de los casos, la ceremonia se inicia con unas palabras de recibimiento y bienvenida que pronuncia el sacerdote.
La liturgia de la palabra, en la que se expresa la importancia del matrimonio cristiano y sus fines, consiste en la lectura de un texto (son frecuentes lecturas del Antiguo Testamento, como “Hombre y Mujer los creó” o “serán los dos una sola carne”, cartas apostólicas, y lecturas del evangelio), y en la predicación de la homilía. La celebración del sacramento incluye el consentimiento mutuo de los contrayentes, que el sacerdote requiere y recibe. Existen tres fórmulas distintas: el diálogo simple entre los novios, las preguntas hechas entre ellos y las preguntas formuladas por el sacerdote. La primera (“yo,…, te quiero a ti,…, como esposa – o, y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”) es la más frecuente.
Una vez prestado el consentimiento, el sacerdote invoca la bendición de Dios para que la alianza se mantenga con fidelidad perenne (“lo que dios ha unido que no lo separe el hombre”) y los contrayentes se imponen los anillos el uno al otro, primero él a ella y después ella a él. Hasta ese momento, cuando el sacerdote los reclama, los anillos habrán estado en poder del padrino.
La alianza matrimonial se pone en el dedo anular de la mano derecha, salvo en Cataluña, donde es tradición hacerlo en la izquierda (supuestamente más cercana al corazón)
Si es costumbre entregar las arras (trece monedas de oro o plata cuyo símbolo es compartir los bienes), se hará del mismo modo y por el mismo orden que se ha seguido con los anillos: tras la bendición del oficiante la entrega en primer lugar el esposo a la esposa, y después ella a él. Las arras estarán a cargo de la madrina, salvo en los casos en que se encomiende esta tarea a una niña, que las llevará en una cestita o bandeja.
Uno de los privilegios de los ya esposos es, a la hora de comulgar, el poder beber del cáliz además de recibir la sagrada forma.
La liturgia de la palabra, en la que se expresa la importancia del matrimonio cristiano y sus fines, consiste en la lectura de un texto (son frecuentes lecturas del Antiguo Testamento, como “Hombre y Mujer los creó” o “serán los dos una sola carne”, cartas apostólicas, y lecturas del evangelio), y en la predicación de la homilía. La celebración del sacramento incluye el consentimiento mutuo de los contrayentes, que el sacerdote requiere y recibe. Existen tres fórmulas distintas: el diálogo simple entre los novios, las preguntas hechas entre ellos y las preguntas formuladas por el sacerdote. La primera (“yo,…, te quiero a ti,…, como esposa – o, y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”) es la más frecuente.
Una vez prestado el consentimiento, el sacerdote invoca la bendición de Dios para que la alianza se mantenga con fidelidad perenne (“lo que dios ha unido que no lo separe el hombre”) y los contrayentes se imponen los anillos el uno al otro, primero él a ella y después ella a él. Hasta ese momento, cuando el sacerdote los reclama, los anillos habrán estado en poder del padrino.
La alianza matrimonial se pone en el dedo anular de la mano derecha, salvo en Cataluña, donde es tradición hacerlo en la izquierda (supuestamente más cercana al corazón)
Si es costumbre entregar las arras (trece monedas de oro o plata cuyo símbolo es compartir los bienes), se hará del mismo modo y por el mismo orden que se ha seguido con los anillos: tras la bendición del oficiante la entrega en primer lugar el esposo a la esposa, y después ella a él. Las arras estarán a cargo de la madrina, salvo en los casos en que se encomiende esta tarea a una niña, que las llevará en una cestita o bandeja.
Uno de los privilegios de los ya esposos es, a la hora de comulgar, el poder beber del cáliz además de recibir la sagrada forma.