Aunque su contenido ha sufrido profundas mudanzas con el paso de los siglos, la institución matrimonial existe desde los primeros momentos de la humanidad, y su celebración se ha visto rodeada, en cada periodo de la historia, por distintos ritos y ceremonias. De algún modo puede decirse que la boda surge para dar solemnidad y publicidad a la unión de una pareja.
En la Grecia clásica, por ejemplo, la boda era una compleja sucesión de actos que tenían lugar en tres escenarios distintos: el hogar del padre de la novia, el camino hacia la vivienda del novio, y este último como nuevo domicilio de la pareja. Los romanos aportaron al matrimonio su profunda y docta sistemática jurídica, haciendo de él un verdadero contrato, regulando hasta sus mínimos detalles, que se sellaba con un anillo que el joven colocaba en el dedo anular de una de las manos de la muchacha, por donde se creía que pasaba el nervio que conducía al corazón.
En la Grecia clásica, por ejemplo, la boda era una compleja sucesión de actos que tenían lugar en tres escenarios distintos: el hogar del padre de la novia, el camino hacia la vivienda del novio, y este último como nuevo domicilio de la pareja. Los romanos aportaron al matrimonio su profunda y docta sistemática jurídica, haciendo de él un verdadero contrato, regulando hasta sus mínimos detalles, que se sellaba con un anillo que el joven colocaba en el dedo anular de una de las manos de la muchacha, por donde se creía que pasaba el nervio que conducía al corazón.