La elaboración de las listas
Según se suele decir, a casi nadie parece gustarle demasiado asistir a una boda, pero todo el mundo se ofende si no está invitado. ¡Cuantas amistades se han roto o enfriado considerablemente por un olvido, casual o voluntario, en la preparación de estas listas! Con esto no queremos decir que la ceremonia deba ser necesariamente multitudinaria, sino que la relación de invitados ha de elaborarse de acuerdo con un acentuado sentido de la medida y de la equidad. No es fácil, salvo en supuestos muy particulares, justificar que sea invitado un primo del novio y no lo sea un hermano.
Antes de nada, los novios y sus padres deben decidir, siquiera sea de un modo aproximado, el número máximo de invitados que desean tener en la ceremonia. Es el momento también para distinguir entre las personas que serán invitadas solamente a la boda, ya sea civil o religiosa, y aquellas otras a las que se quiera convidar también al posterior banquete o coctel, si es que se ha previsto. Se pueden formar, por lo tanto, dos listas distintas, una mas amplia para los invitados a la ceremonia, y otra, normalmente más reducida, para los que serán convocados además al festejo profano.
Algunas personas prefieren una boda familiar o íntima, a la que solo acuda el círculo más próximo a los contrayentes, tanto en la ceremonia como en el almuerzo o cena posterior (que en algunos casos puede llegar a limitarse a un pequeño convite casero). Otros, en cambio, consideran que la solemnidad y la brillantez del momento obligan a reunir a un gran número de amigos que participen no solo en la ceremonia sino que animen también un banquete o fiesta posterior. Una tercera posibilidad es la de hacer una lista amplia para la Iglesia o el Juzgado, preparando como complemento un reducido ágape a continuación, en el que únicamente participen familiares y amigos íntimos.
Lo ideal es que haya un equilibrio entre el número de invitados de cada uno de los novios, pero tampoco es obligatorio llegar a la simetría total ni, por supuesto, hay que obsesionarse por ello. Algunas familias son numerosas y otras muy reducidas. Simplemente tiene que ser invitados aquellos que deban serlo, por su relación con los novios y sus familiares.
Las tarjetas de invitación
Dada la frecuencia con que se elaboran este tipo de tarjetas, todas las imprentas disponen de una amplia oferta de modelos, presentados incluso en forma de muestrario para facilitar la comparación. Las más elegantes son en cartulina blanca, con tipografía cursiva o “inglesa”
Si alguno de los contrayentes es huérfano, ocuparan este espacio sus padrinos. Las siglas SRCA o RSVP no figurara en las tarjetas que inviten únicamente a la ceremonia, salvo que esta tenga lugar en una capilla privada o de muy escasa capacidad.
Es recomendable huir de la cursilería, y en este sentido, no es un ejemplo de elegancia las tarjetas perfumadas con olores artificiales, o las troqueladas con imágenes de ángeles sonrosados, de alianzas o de corazones cruzados por alguna flecha de Cupido más o menos errante.
Si no todos los invitados a la ceremonia lo están también al festín, se harán dos listas y dos modelos de invitación. La del banquete será más pequeña (aunque en igual papel y tipografía que la mayor) y la suscriben directamente los novios.
La dirección de los invitados se escribirá a mano en los sobres, con tinta negra o azul, y nunca con bolígrafo. El nombre del destinatario se escribe completo, sin que sean admisibles las abreviaturas. Si se invita a un matrimonio se indicará “Sr. Alberto García y señora”. Cuando se quiera incluir al resto de la familia se escribirá “Sr. Alberto García y familia”. Si en ésta hay un hijo mayor de 18 años, deberá recibir una tarjeta independiente, pues se considera que la expresión “y familia” no incluye a personas mayores de edad.
Cuando la ceremonia o el banquete se celebren en lugares apartados o de difícil acceso, es muy practico incluir un pequeño plano que señalice con claridad la manera de llegar.
Por otra parte, cada vez es más frecuente que una pareja participe a conocidos y amigos el matrimonio ya realizado, ofreciéndoles el domicilio. Es una forma correcta de comunicar el casamiento y brindar la amistad sin exigir a cambio un regalo de bodas que ya no procede. Este sistema se utiliza también cuando una pareja decide celebrar su matrimonio en la más estricta intimidad.
Las invitaciones se envían al menos con seis semanas de antelación a la fecha de la boda, con el fin de conceder a las personas que las reciban un tiempo para los preparativos que precisen si desean acudir a la ceremonia. La respuesta debe ser también escrita a mano, considerándose de poco estilo confirmar la asistencia a una boda por teléfono. Si se declina la invitación, la nota habrá de incluir una sólida excusa (la más recurrida es un viaje)
Quienes reciban la invitación para el festejo deben enviar un regalo tanto si asisten como si no, mientras que los que son únicamente convocados a la ceremonia pueden limitarse a una carta o un telegrama de felicitación. De todos modos, cuando visitemos a una pareja recién casada , a cuya boda no hayamos acudido, lo correcto es ofrecerles un sencillo obsequio, de un valor simbólico y normalmente inferior al que haríamos en el caso de haber estado presentes en la ceremonia.
Según se suele decir, a casi nadie parece gustarle demasiado asistir a una boda, pero todo el mundo se ofende si no está invitado. ¡Cuantas amistades se han roto o enfriado considerablemente por un olvido, casual o voluntario, en la preparación de estas listas! Con esto no queremos decir que la ceremonia deba ser necesariamente multitudinaria, sino que la relación de invitados ha de elaborarse de acuerdo con un acentuado sentido de la medida y de la equidad. No es fácil, salvo en supuestos muy particulares, justificar que sea invitado un primo del novio y no lo sea un hermano.
Antes de nada, los novios y sus padres deben decidir, siquiera sea de un modo aproximado, el número máximo de invitados que desean tener en la ceremonia. Es el momento también para distinguir entre las personas que serán invitadas solamente a la boda, ya sea civil o religiosa, y aquellas otras a las que se quiera convidar también al posterior banquete o coctel, si es que se ha previsto. Se pueden formar, por lo tanto, dos listas distintas, una mas amplia para los invitados a la ceremonia, y otra, normalmente más reducida, para los que serán convocados además al festejo profano.
Algunas personas prefieren una boda familiar o íntima, a la que solo acuda el círculo más próximo a los contrayentes, tanto en la ceremonia como en el almuerzo o cena posterior (que en algunos casos puede llegar a limitarse a un pequeño convite casero). Otros, en cambio, consideran que la solemnidad y la brillantez del momento obligan a reunir a un gran número de amigos que participen no solo en la ceremonia sino que animen también un banquete o fiesta posterior. Una tercera posibilidad es la de hacer una lista amplia para la Iglesia o el Juzgado, preparando como complemento un reducido ágape a continuación, en el que únicamente participen familiares y amigos íntimos.
Lo ideal es que haya un equilibrio entre el número de invitados de cada uno de los novios, pero tampoco es obligatorio llegar a la simetría total ni, por supuesto, hay que obsesionarse por ello. Algunas familias son numerosas y otras muy reducidas. Simplemente tiene que ser invitados aquellos que deban serlo, por su relación con los novios y sus familiares.
Las tarjetas de invitación
Dada la frecuencia con que se elaboran este tipo de tarjetas, todas las imprentas disponen de una amplia oferta de modelos, presentados incluso en forma de muestrario para facilitar la comparación. Las más elegantes son en cartulina blanca, con tipografía cursiva o “inglesa”
Si alguno de los contrayentes es huérfano, ocuparan este espacio sus padrinos. Las siglas SRCA o RSVP no figurara en las tarjetas que inviten únicamente a la ceremonia, salvo que esta tenga lugar en una capilla privada o de muy escasa capacidad.
Es recomendable huir de la cursilería, y en este sentido, no es un ejemplo de elegancia las tarjetas perfumadas con olores artificiales, o las troqueladas con imágenes de ángeles sonrosados, de alianzas o de corazones cruzados por alguna flecha de Cupido más o menos errante.
Si no todos los invitados a la ceremonia lo están también al festín, se harán dos listas y dos modelos de invitación. La del banquete será más pequeña (aunque en igual papel y tipografía que la mayor) y la suscriben directamente los novios.
La dirección de los invitados se escribirá a mano en los sobres, con tinta negra o azul, y nunca con bolígrafo. El nombre del destinatario se escribe completo, sin que sean admisibles las abreviaturas. Si se invita a un matrimonio se indicará “Sr. Alberto García y señora”. Cuando se quiera incluir al resto de la familia se escribirá “Sr. Alberto García y familia”. Si en ésta hay un hijo mayor de 18 años, deberá recibir una tarjeta independiente, pues se considera que la expresión “y familia” no incluye a personas mayores de edad.
Cuando la ceremonia o el banquete se celebren en lugares apartados o de difícil acceso, es muy practico incluir un pequeño plano que señalice con claridad la manera de llegar.
Por otra parte, cada vez es más frecuente que una pareja participe a conocidos y amigos el matrimonio ya realizado, ofreciéndoles el domicilio. Es una forma correcta de comunicar el casamiento y brindar la amistad sin exigir a cambio un regalo de bodas que ya no procede. Este sistema se utiliza también cuando una pareja decide celebrar su matrimonio en la más estricta intimidad.
Las invitaciones se envían al menos con seis semanas de antelación a la fecha de la boda, con el fin de conceder a las personas que las reciban un tiempo para los preparativos que precisen si desean acudir a la ceremonia. La respuesta debe ser también escrita a mano, considerándose de poco estilo confirmar la asistencia a una boda por teléfono. Si se declina la invitación, la nota habrá de incluir una sólida excusa (la más recurrida es un viaje)
Quienes reciban la invitación para el festejo deben enviar un regalo tanto si asisten como si no, mientras que los que son únicamente convocados a la ceremonia pueden limitarse a una carta o un telegrama de felicitación. De todos modos, cuando visitemos a una pareja recién casada , a cuya boda no hayamos acudido, lo correcto es ofrecerles un sencillo obsequio, de un valor simbólico y normalmente inferior al que haríamos en el caso de haber estado presentes en la ceremonia.